Ya no comemos cuento

Aucabo

En un ambiente de censura y coerción a diversos artistas, colectivos culturales y medios de comunicación independientes, (allanamiento a la sede de la revista cartel urbano), así como la solicitud de la Policía Nacional de eliminar un sitio web de un medio digital, se desarrolló el 21 de Noviembre el paro nacional en Colombia.

Paralelamente a estos sucesos de intimidación de la libertad de expresión y de prensa, el gobierno nacional días antes del paro comunicó un conjunto de posibles medidas restrictivas (toques de queda, ley seca, judicialización de vándalos…), que incendiaban y acaloraban el ambiente de las manifestaciones. Igualmente, los medios de comunicación masivos se focalizaban en recordar los incidentes y hechos violentos de anteriores paros, con el objetivo evidentemente de construir una narrativa del miedo y el peligro que representa salir a las calles, así como crear una indignación hacía los “vándalos criminales y terroristas que marchan”.

Esta lógica discursiva del binomio gobierno- medios de comunicación, sigue favoreciendo los intereses de una ultraderecha anclada al continuismo de la guerra y la negación rotunda de la paz, por supuesto ensombreciendo los verdaderos motivos de las protestas, que en Colombia y en América Latina sobran. Sería innumerable la lista de razones por las cuales la gente salió a las calles pero entre otras, el bombardeo de niños, asesinato sistemático de líderes sociales e indígenas, desempleo creciente, una desconsiderada reforma pensional y la histórica y epidémica corrupción que bastan para que el pueblo se movilice.

A pesar de este contexto represivo y autoritario, el paro Nacional del 21 de Noviembre (21N) signó la historia de la sociedad colombiana como una de las movilizaciones más numerosas, más enérgicas y creativas. Más allá de los desmanes ocurridos en diversas ciudades y que ensombrecieron las manifestaciones (saqueos y enfrentamientos violentos contra la fuerza pública) en un hecho sin precedentes, el pueblo, de manera espontánea y auto organizada salió a las calles cacerola en mano y expresó su profundo inconformismo por la situación actual del país, por quienes lo manejan y lo des-conducen.

El cacerolazo de la noche del 21 de Noviembre fue un grito de resistencia y de contestación que emergió en todas las zonas de la ciudad. Desde todos los puntos cardinales ciudadanos salieron a las calles para expresar su empatía, su comprensión del otro que sufre y demanda justicia social, igualdad y oportunidades, ese otro que durante esa noche fuimos todos. Mientras que el presidente en una alocución televisiva vacía y carente de conexión con la realidad social, enfatizaba en los signos de violencia y vandalismo ocurridos durante el día, el pueblo le estaba gritando al unísono de la onda metálica de las cacerolas, que estamos cansados de una clase política mohosa, retrograda y bélica que mira hacia el pasado, que está cada vez más distante y lejana de las demandas transformadoras de la sociedad.

En efecto, el gobierno y la fuerza pública son tan displicentes a estas acciones colectivas cargadas de música, arte y cultura (los cacerolazos, los plantones y las comparsas han continuado constantemente), que en la tarde del sábado 23 de Noviembre un miembro del ESMAD (Escuadrón Móvil antidisturbios) hirió a un joven de 18 años que se encuentra entre la vida y la muerte. Este hecho refleja el carácter hipócrita y farsante del actual gobierno. Mientras que el presidente habla de la protección de los ciudadanos y el respeto al derecho constitucional de la protesta, el caos y el desorden son sembrados en las calles por las fuerzas policiales1. Estas contradicciones se suman a una declaración oficial del día sábado donde se propone un diálogo entre gobierno y sectores sociales para escuchar sus solicitudes. Sin embargo, considero que un buen segmento de los ciudadanos “Ya no comemos cuento”. Al partido de gobierno, a la élite económica y política lo que les interesa es neutralizar y detener las marchas bajo la misma historia de siempre: mesa de diálogos, concertación y como está ocurriendo en Chile, con una reforma constitucional que en realidad no le interesa a los ciudadanos.

Esta retórica de la falsa conciliación, no puede socavar las verdaderas exigencias de la sociedad, por esa razón no se trata de firmar un decreto o un acuerdo que sirva como un paliativo y sedante de la movilización. Colombia y América Latina (optimismo pesimista), están despertando y debemos seguir tejiendo esperanza, cambio y acciones creativas y contundentes.

Bogotá, Colombia 25 de Noviembre, 2019.

1 Hay pruebas audiovisuales contundentes que demuestran la implementación de la teoría del pánico por parte del gobierno nacional. En los últimos días en ciudades como Cali y Bogotá se decretó toque de queda, se consiguieron vándalos que fueron pagados para sembrar el terror, los dejaban en conjuntos residenciales y luego los ciudadanos en pánico solicitan la presencia de la fuerza pública , como la ciudad esta militarizada, llega el ejército a presentarse como salvadores y héroes en la situación. Esta estrategia está respaldada por el temor y el miedo que se han creado en redes sociales.

Aucabo es antropólogo y doctor en urbanismo por la Universidad de París X Nanterre.

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