Systems and Constellations

Álvaro Rodríguez

El trabajo artístico y fotográfico de Milagros de la Torre es de una actualidad latente, basta con revisar su última exposición virtual: Systems and Constelatellations (2020) en Artpace en San Antonio Texas para reparar en el refinamiento de sus medios expositivos, el cuidado de sus piezas y la abstracción de las correspondencias estéticas.

Personalmente el trabajo que más aprecio de Milagros de la Torre son sus platas sobre gelatina en papel, “evidencias” de crímenes y hechos diversos en el Perú que provienen del Archivo del Palacio de Justicia en Lima que pertenecen a su serie Los pasos perdidos, (The Lost Steps, 1996). De estas imágenes se recuperan cartas póstumas, objetos incautados como la bandera de Sendero luminioso, la camisa ensangrentada de un periodista víctima en una masacre, cinturones, máscaras de perpetradores, algunas balas, cuchillos, cuerdas y toda serie de objetos contundentes o testimoniales de la tragedia y la violencia del Perú contemporáneo, imágenes que se conocen por todo el mundo, y que recientemente las vimos expuestas en el Centro de la Imagen en la Ciudad de México.

En Systems and Constellations, Milagros de la Torre lleva más allá el trabajo fotográfico bidimensional para situarlo en dispositivos intermediales que permiten apreciar la potencia de las imágenes de identidad en sistemas muy antiguos como los quirománticos y adivinatorios que devienen de la astrología, de las fisiognomonías que van del lejano Oriente al Oriente medio y se desplegaron por toda la vieja Europa. Los sistemas de proporcionalidad y métricos dialogan en el espacio virtual expandiendo una continuidad de lecturas visuales y de regímenes escópicos del retrato.

La secuencia de Intervals explica mejor lo anterior, siendo los registros de Alphonse Bertillon los ejes vertebrales de la argumentación antropométrica, pero también, la gran utopía del control biométrico. Systems and constelations puede visitarse virtualmente con el asombro de las posibilidades de la realidad aumentada, los dispositivos constelares y una máscara que elude la identificación por algoritmos.

Esta exposición se interroga bajo el ángulo crítico como alguna vez lo hizo la Calavera de Mengele, pieza de Thomas Keenan y Eyal Weizman en Imágenes a cargo: la construcción de la prueba por la imagen en Le Bal de París (2015), Facial Weaponization suit mask de Zach Blas en Teoría del Color en el MUAC (2014-2015) o La propagación del mal en el Centro Cultural España curada por Marialy Soto (2018).

Álvaro Rodríguez es historiador

[email protected]

No Hay Nadie en Casa

Madeline Ray

Mucho se ha escrito durante esta pandemia sobre el liderazgo tranquilo y tranquilizador del Dr. Hugo López-Gatell, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud. Sale a la tele (o al Youtube) todos los días a las 19:00, nos mira fijamente, y nos dice qué hacer y qué esperar en el futuro cercano. La situación presenta retos, pero la estamos enfrentando; eso sentimos.

Aquí en Estados Unidos, siento envidia. En nuestro gobierno, las luces están apagadas y no puedes tocar, ni preguntarle a nadie.

No sólo es la comunicación en salud, sino también la administración. En el gabacho, la casi totalidad de los cuidados médicos son atendidos en el sector privado. El sector público de salud consiste en dos programas pequeños, uno para veteranos (Veteran’s Administration), y uno para la población indígena afiliada con alguna tribu (Indian Health Services); juntas las dos agencias atienden apenas a unos 10 millones de personas, 3% de la población. Los demás gringos son atendidos en instituciones privadas, con o sin fines de lucro, financiadas con seguro de salud que puede ser público o privado. La calidad y seguridad de los centros de salud son responsabilidad de cada estado.

En este sistema, no existe un jefe (a), ni director (a) que pueda tomar decisiones para el país. Somos 300 millones de imbéciles regados por 50 estados independientes tomando las decisiones que se nos da la gana.

Tenemos al Doctor Fauci del Instituto Nacional de Salud (National Institute of Health), un viejito con su humor cortante que da sus comentarios y contradice las tonterías del actual presidente. Y tenemos el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, Centers for Disease Control and Prevention), protagonista de cada película de zombies de Hollywood, cada vez que se estrena su nueva proyección o recomendación. Pero raras veces se comunican con el público en general, tampoco tienen el poder para regir la atención de salud. El NIH y el CDC son principalmente agencias de investigación, no de administración. Tienen el derecho de opinar, y todos los hospitales y centros de salud en todos los estados, tienen el derecho de hacerles caso o no.

Es anarquía pero no en el sentido utópico de que tenemos autonomía local o juntas directivas para regir nuestra pequeña comunidad, es más bien la falta de liderazgo y la falta de apoyo para entender y responder a una amenaza existencial más grande que nosotros.

Siempre nos encantó el mito del Wild West, ya lo podemos vivir. ¿Cierro mi tiendita para no contagiar a más personas? ¿Me pongo mascarilla? O ¿estos son gestos que sólo sirven para darme la sensación de poder? Si tengo que ir al hospital ¿ellos sabrán qué hacer para atenderme, o estarán improvisando?

No digo que el IMSS y los demás sistemas de salud son monedita de oro. Son instituciones saturadas, muchas veces les hace falta la capacidad para dar buena atención a sus derechohabientes, hay personal mal entrenado, hay desabasto y corrupción. México merece algo mejor. Pero digo que en México se siente que alguien está al pendiente. Las luces, tal vez no de la presidencia, pero de la Secretaría de Salud, están prendidas. Existe una jerarquía en la cual la Secretaria de Salud dice qué hacer, y las instituciones de salud pública se ven obligadas a cumplir. ¡Imagínate qué sería del sector público si tuvieran los recursos para hacer bien su trabajo!

Si vamos a ser gobernados, lo ideal sería que haya un sistema en el cual, las personas especializadas tomen las decisiones para el bienestar de la población, y que los funcionarios desempeñen su labor sin distracciones, ni interrupciones.

Siento una soledad y una tristeza. Imagino si en mi país tuviéramos un gobierno que buscara lo mejor para nosotros, que comunicara con nosotros, y que hubiera un sistema de salud que pudiera tomar acciones de manera unida y coordinada. Estamos viviendo la anarquía neoliberal. No tenemos el poder de regirnos a nosotros mismos, tampoco tenemos quien nos cuide o piense con nosotros. Debemos despertar de ésta ruinosa orfandad. No hay nadie en casa.

Madeline Ray es antropóloga de la salud y trabajadora social. Estudia sistemas de salud y cultura en Estados Unidos y México. Pasa la cuarentena en Chicago, Illinois.

[email protected]

Renacer en la lucha

Heriberto Paredes

A finales de mayo, Marina y yo pasamos unos días muy tranquilos. Las revueltas comienzan en escenarios similares, como un tsunami que fractura la tranquilidad de los días soleados. El suave temblor que agita la copa y termina por derrumbar el edificio. Mucho mejor así: lo que parecía ser un verano lleno de nueva normalidad se convirtió en miles de ejemplos de los problemas que no pueden ocultarse ya.

El peor mal que tiene Estados Unidos –y créanme que la lista es muy larga– es sustentar toda su existencia en la racialización de las personas, en la opresión de la supremacía blanca sobre la población afroamericana, la diversidad de pueblos indígenas (nativos y migrantes) y todas las culturas que se han asentado en estas tierras. Racializar al capitalismo se ha convertido en el epitafio de una nación que debe morir tal y como la conocemos ahora.

Que sigan cayendo las estatuas de todos los esclavistas y conquistadores. Que sigan apagadas las luces de la Casa Blanca (¡Qué horrendo nombre!)

Desde que llegamos a vivir a esta zona limítrofe entre Harlem y Morningside Heights las reglas del juego estaban muy claras: las personas blancas viven mayoritariamente en un lado y la población negra y ‘latina’ del otro. No sólo se trata de que un parque nos divida, ni siquiera de que la policía se comporta distinto en cada barrio, lo peor es que todo parecía normal, asumido.

Durante 3 meses de confinamiento, la pandemia sólo consiguió agudizar las diferencias históricas que afectan las formas y las consecuencias de COVID-19 entre las distintas comunidades. Pero, siguiendo al gobernador de Nueva York, los hechos hablan primero y hablan claro: 2/3 partes de las personas contagiadas y fallecidas o son afro americanas o son latinoamericanas.

Y aún así pasábamos días tranquilos, con paseos en bicicleta mientras redescubríamos la ciudad y nuestro lugar en ella. Hasta que un día antes del cumpleaños de Marina, el 25 de mayo, dos hechos ocurrieron simultáneamente: Christian Cooper, un observador de aves, negro, fue agredido verbalmente en Central Park, la mujer que lo amenazó lo hizo –sabiendo que podía hacerlo impunemente– vociferando mentiras a un operador del 911. «Un hombre afroamericano está poniendo en peligro mi vida, manden a los policías de inmediato».

Al mismo tiempo, en Minneapolis, capital de Minnesota, George Floyd, un hombre negro era agredido por policías. En pocos minutos lo sometieron y uno de los oficiales lo asfixió con su rodilla mientras él –casi sin voz– sentenciaba: «No puedo respirar».

En menos de 24 horas, la mujer que mentía deliberadamente al servicio público para acusar a un hombre que le pidió que pusiera la correa a su perro en una zona obligatoria, era denunciada en redes, despedida de su trabajo y denostada en su vecindario. En ese mismo lapso, las primeras protestas cobraban forma y ponían un punto y aparte en la narrativa de pandemia que los medios y el Estado sostenían.

Así llegó esta nueva ola de lucha en contra, no sólo contra la brutalidad policiaca, pero por encima de todo, de la racialización de la sociedad.

Lo que se lee en las calles

Las fotografías que comparto en esta entrega son tan sólo una muestra de lo que se ha visto en las manifestaciones desatadas tras los hechos mencionados. Hablan de miles de personas en la calle, superando el temor de la pandemia, porque la rabia es infinitamente más fuerte que el miedo; hablan también de una solidaridad muy específica, la que hay entre personas afrodescendientes en casi cualquier parte del mundo.

Tras siglos de opresión, discriminación, violencia y muerte, uno de los vínculos más fuertes entre las personas afrodescendientes es el sentimiento de identificación, de saber que comparten una historia de sospecha y de acusación a pesar de las diferencias económicas. «Este sentido de solidaridad a través del sufrimiento se nos impone por la opresión que sufrimos en una sociedad supremacista blanca» afirma el historiador, Jemar Tisby en la revista The Atlantic.

Es cierto que no se puede generalizar este vínculo, pero también es cierto que existe y que es fuente de muchas redes y conexiones que terminan en organización.

«Respeten nuestra existencia o esperen nuestra resistencia» está escrito en un cartel que lleva una señora en Union Square, uno de los centros de concentración de las protestas. «Si ellos empiezan a disparar ponte detrás de mi» sostiene una chica blanca que sabe que la policía no dispara tan fácilmente a los cuerpos blancos. Esta ha sido otra de las herramientas de protección y generación de lazos entre personas blancas y afrodescendientes: el cuidado de los cuerpos racializados con los cuerpos que no son tan fáciles de atacar.

El renacimiento

Hacia la segunda década del siglo XX una amplia migración de personas afroamericanas comenzó a migrar, desde el sur segregacionista hacia varios de los principales centros urbanos con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida, tal vez espacios distintos para poder respirar con menor dificultad. Nueva York, Chicago, Detroit, Cincinnati, Pittsburg y Filadelfia se convirtieron en la casa de 6 millones de personas desplazadas en su propio país.

Harlem fue uno de los barrios receptores al norte de Manhattan, lo que estaba pensado como un barrio de clase alta para personas blancas se convirtió en la mayor concentración de personas negras en el mundo de aquella época. Más de 175 mil migrantes afro americanos ocuparon casas vacías, construyeron otras, se instalaron y comenzaron a escribir un nuevo capítulo en la historia.

«Compartían experiencias comunes de esclavitud, emancipación y presión racial, así como la determinación de forjar una nueva identidad como personas libres» explica un folleto del Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana, ubicado en Washington D.C. Y sobre este piso común, un amplio movimiento cultural nació en las calles de Harlem.

Más allá de acabar con la racialización de la sociedad estadounidense, el Renacimiento de Harlem demostró que las personas afrodescendientes habían encontrado una voz propia y dejaron testimonio de la vida que les había tocado vivir y de la que eran parte en aquella atribulada década de 1920.

Desde la literatura, la pintura, la escultura y la música, los ejemplos suman esfuerzos, suman visiones, propuestas, lecturas de la realidad, necesidades. Se vislumbra –con esta perspectiva que da la historia– lo que vendía en el agitado siglo XX si del movimiento afroamericano se trata: la vecindad con nuevas olas migratorias desde Puerto Rico y República Dominicana, la convivencia con los afrodescendientes latinoamericanos, el movimiento de las Panteras Negras y los Young Lords, la epidemia de VIH y la muerte diseminada a través del crack.

La elegancia del Renacimiento permaneció pese a todo ello. Dejó un barrio firme en sus identidades, consciente de su riqueza cultural y listo para enfrentar, lo que esperan, sea la última batalla en contra de la supremacía blanca. «Es momento de poner también, al centro, la cultura negra, porque además de poner los muertos también tenemos otras cosas qué decir» platicaba una chica en una concentración por el cumpleaños de Breonna Taylor, asesinada el 13 de marzo cuando tres policías entraron a su domicilio y le dispararon 8 veces.

Las ciudades que sirvieron de refugio hace 100 años son ahora los lugares que estallan en revueltas, manifestaciones, protestas, denuncias, violencia y racismo.

Continuará…

Todo está por hacer aún, se trata de una labor elaborativa de toda la vida. Si comparáramos este nuevo ciclo de protestas con la duración de un día, serán tan sólo los primeros minutos los que han transcurrido, minutos en los que también en otros centros urbanos las protestas ocurren y desnudan el racismo sobre el cual están construidos: París, Londres, Río de Janeiro, Berlín. Las estrellas del arte y la cultura mundial reposan sobre la racialización de los cuerpos.

Que sirvan estas palabras y estas imágenes para comenzar la documentación de la nueva normalidad, en donde la rabia puede más que el miedo y el confinamiento.

Heriberto Paredes es periodista y fotógrafo independiente

@BSaurio / @el_beto_paredes / bsaurio

Sayas y mantos

Álvaro Rodríguez

En la construcción de un estereotipo femenino, en la mujer tapada limeña existe una literatura extensa sobre el tema, ahora que las pandemias han insistido en pensar las mascarillas como un eterno cotidiano del rostro, las identidades anónimas no le pertenecen tanto a las pestes como sí a las figuraciones de recogimiento o velo que explotan ahora más que nunca.

La imágenes entonces de las nodrizas de Los hermanos Courret que fundaron el estudio fotográfico: Fotografía Central en pleno centro de la ciudad de Lima en el Jirón de la Unión. Formaron parte de una distinguida élite limeña, además de haber retratado un sin número de personajes distinguidos de esta esfera, destaca una serie de fotografías sobre “amas de leche”, nodrizas afrodescendientes que se encargaban de cuidar y amamantar a los bebés de la élite. Otra faceta de la mirada de los hermanos Courret tiene una transferencia de la vida colonial y casi victoriana del Perú. La mujer tapada, fue un género de fotografía que mostraba a la mujer que velaba su rostro parcialmente acusando un gesto de dignidad y por otro lado de seducción.

El anonimato en la época colonial como lo revelan algunos estudios históricos y literarios funcionaba como un mecanismo de recato y gracia, al tiempo que accionaba un juego de miradas con el ocultamiento del cuerpo, una práctica muy extendida en algunas regiones de España y del medio Oriente como lo veremos con las fotografías de un fotógrafo francés nacido a finales del siglo XIX, que había trabajado en la enfermería para la atención de los enfermos mentales en la Prefectura de policía de París y que más tarde fuese el mentor de Jaques Lacan.

Gaëtan Gatian de Clérambault (1872 – 1934) psiquiatra, etnólogo y fotógrafo intersecular atravesó el África septentrional, el Magreb y Marruecos, su obra es de una soltura que lo llevó a dar clases en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes. Su estética de mujeres cubiertas figura entre los mitos de la fotografía colonial. Su serie sobre hombres y mujeres cubiertas nos permite apreciar el arte performático del cuerpo retratando sus diversos ángulos en una siniestra danza poética que termina silenciándose con los mantos y los ritmos de confección. Dijéramos un metraje de la patética cinética y de la sintaxis visual corporal. El rostro queda tapado por momentos y se revela en tomas excéntricas materializando un modus de registro que explota los ambientes de luz, neblinas y sombras, celosías piadosas y muros sosegados que serán testigos de esos cuerpos completamente cubiertos.

Más allá de LasTesis, de las Pussy Riot o de las zapatistas, las máscaras pandémicas que parecieron ser un enorme silenciamiento de los rostros de las y los ciudadanos en todo el planeta, hoy gritan en Minneapolis y surgen como máscaras y pañuelos llenos de cólera, un rostro multitudinario que exige un alto al racismo y a la violencia policial, una venganza contra la sistemática violación a los derechos humanos y una terrible erosión de justicia quedada en entredicho por un fascismo policial en el mundo.

En los rostros de la comunidad norteamericana actual, las mascarillas y pañuelos alertan una insurrección contra el orden racial y patriarcal confrontando aquellos silenciamientos y recatos con los que se suelen tapar el rostro los supremacistas blancos.

Álvaro Rodríguez es historiador

[email protected]

Imágenes del silencio

Álvaro Rodríguez

Imágenes del silencio: 196 abrazos contra el olvido es una muestra de 196 retratos de personas que abrazan a sus seres queridos desaparecidos durante la última dictadura uruguaya. Este proyecto fotográfico de Anabella Balduvino, Elena Boffetta, Ricardo Gómez, Federico Panizza y Pablo Porciúncula auspiciado por el Centro de Fotografia de Montevideo, el Museo de la Memoria entre otras organizaciones establecen un diálogo semántico con la fotografía de desaparecidos en un formato de fotografía de identificación. La frontalización es la modalidad en la que proceden los servicios fotográficos de identificación y antropometría en el mundo.

Si bien los retratos no son de cuerpo completo, el retrato se ocupa de registrar frontalmente a los familiares vivos con la peculiaridad de subrayar un gesto de suma potencia: el abrazo al retrato del desaparecido. Los retratados abrazan a sus familiares desaparecidos y establecen un vínculo indiscutible en un acto de contrafichaje, un anti-mugshot que además de presentar la dignidad individual presentan las manos que se aferran al retrato del ser querido desaparecido. En otrorora las manos, algunos accesorios y la vestimenta eran índices de incriminación de clase u oficio, aquí son elementos de contención de la memoria. Otra particularidad de la muestra es su formato público, pues ha sido montada en la plaza Cagancha de Montevideo produciendo un memorial público de los desaparecidos y el reclamo a la ignominiosa desaparición del terrorismo de Estado.

En el marco de la conmemoración de la vigésima quinta marcha del Silencio en Uruguay Imágenes del silencio interviene el espacio público con esta muestra que demanda la verdad y la justicia para la ciudadanía uruguaya. Para saber más de “Imágenes del Silencio: 196 abrazos contra el olvido” pueden visitar el sitio del Centro de Fotografía de Montevideo CdF.

Álvaro Rodríguez es historiador

[email protected]

  • Foto: Ricardo Antúnez / CdF
  • CdF
  • CdF
  • CdF
  • CdF
  • CdF
  • CdF

Guerra viral

Álvaro Rodríguez

Probablemente la tercera guerra mundial se había anunciado con el evento más extenuante en el viejo régimen audiovisual, la iteración de la catástrofe urbana que golpeó a la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 fundó una dinámica de miedos y estrategias defensivas contra atentados nunca antes vistos.

Después del anuncio de Trump hace unos días sobre la prohibición de llegadas aéreas comerciales provenientes de Europa a los Estados Unidos, se declaró voluntariamente el inicio de la primera guerra viral-global. Zhao Lijian portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China llamó a sus pares

“a actuar de manera transparente, a hacer públicos sus datos de infección por covid19 y dar una explicación”

The Independent

no sólo de sus propias medidas”si no de la manera sospechosa de haber inducido el virus de manera intencional como una estrategia militar, como mil bombas atómicas vertidas desde un tubo de ensayo.

También Giorgio Agamben en la invención de una epidemia reflexionaba hace unos días sobre los estados de excepción que están ejecutando diversas naciones del globo, pero también atisba un fascismo desconmensurado, una sutíl manera de regresar a los manifestantes a sus casas, matarlos súbitamente del pánico y miedo, hacerles ver que se expondrán a nubes tóxicas de virus y tsunamis de bacterias indestructibles, desmoronar algo que sí es un privilegio en los países poscoloniales: el confort de sus sistemas de salud, el privilegio de ser atendido ante el menor síntoma. Jean Luc Nancy para tranquilizar esta ansiosa postura intelectual, le confirma en excepción viral a su amigo Agamben la vulnerabilidad de las poblaciones, la crisis de los hospitales, constata la fragilidad humana. No escatima la potencia de la epidemia y con ello también acentúa las responsabilidades geopolíticas que están imperando en este preludio de guerra bacteriológica, de espías y cultivos bacteriológicos.

¿Qué sorpresas nos tendrá el corona? ¿Se vengará de los privilegiados, de los excedidos, de los que han prolongado su edad en la política, en el jet set del enriquecimiento y en las cenas de corte a la Luis XIV? Ya lo veremos en los dichos de anticipación de los colapsólogos.

Álvaro Rodríguez es historiador

[email protected]

Gobernarnos!

(Al final de lo político tal y como lo conocemos)

Börries Nehe

Desde hace unos días, todxs juntxs y cada quien por sí mismx parecen estar crecientemente alienados. O al revés: un aura irreal rodea al mundo. En cualquier caso, el efecto es el mismo, nos ponemos en el papel de espectadores incrédulos colgados de los liveticker, alternando entre la esperanza humana de que de alguna manera todo mejore, y el deseo mórbido de una sociedad que se está volviendo cada vez más apocalíptica en todas sus expresiones culturales que todo sea aún más extremo, que las imágenes sean aún más impactantes y el lenguaje aún más radical.

Este tiempo tiene algo de kafkeano: en un sentido cómico y oscuro, porque instituciones que están fuera de nuestro alcance toman decisiones sobre nuestras vidas que parecen cada vez menos predecibles y a las cuales estamos completamente sujetxs; y en un sentido trágico, porque ese tiempo conlleva el sabor de una capitulación colectiva e individualista. De esa sensación de estar expuestxs a lo irreal e incontrolable se alimenta un fuerte deseo de ser gobernadxs, de la manera más efectiva posible. Dejar todas las decisiones a lxs expertxs, transferir toda la soberanía a los aparatos de gobierno. El “sueño político de la peste”, como lo llamó Foucault, soñado colectivamente:

“la penetración del reglamento hasta los más finos detalles de la existencia y por intermedio de una jerarquía completa que garantiza el funcionamiento capilar del poder; … la asignación a cada cual de su “verdadero” nombre, de su “verdadero” lugar, de su “verdadero” cuerpo y de la “verdadera” enfermedad”.

MF

Es el fin de la vaguedad, de la indefinición, de la indeterminación. Y el fin de lo político, si lo entendemos como la capacidad social para darnos una forma y configuración.

De tal suerte que Covid-19 se está convirtiendo cada vez más en una experiencia que es a la vez individual e individualizante, y colectiva, social y global. Porque el desapego, el sentimiento de irrealidad no es más que un síntoma de una profunda enajenación, del no-poder-hacer, no-poder-decidir y no-poder-saber nada.

Este sentimiento paralizante de estar sometidos me parece una actualización y continuación lógica del mundo emocional que es característica del capitalismo (post-) neoliberal: un mundo de sufrimiento desbordante y de enfermedades depresivas de rápido crecimiento, un mundo de crisis de opioáceos y un mundo de tentaciones autoritarias, el refugio prometido para un ejército profundamente inseguro. La respuesta de los populistas a esta experiencia colectiva del desfallecimiento es “take back control“; la respuesta en tiempos de Covid-19 es “we take control“.

No es casualidad que la misma sociedad que produjo los Trumps, los Bolsonaros y Modis de este mundo también genere esta respuesta a la actual crisis (aunque estos personajes todavía tienen la deficiencia de ser mortales y erráticos, por lo que no se nos exige disciplina ante ellos, sino ante las instituciones). Por eso no me sorprendió cuando escuché ayer una reseña de la prensa mundial y me di cuenta de un comentario tras otro de que lo que se deseaba era un “liderazgo fuerte”, “mano dura”, el final del laissez-faire y una praxis basada en el buen ejemplo de China.

La movilización de los aparatos y del miedo coinciden con la desmovilización política y, por tanto, de la creatividad social. Al final queda un acto heroico de sumisión voluntaria al poder de la infraestructura, para el bien de la sociedad.

Corona-Calexico, Convict Pool, 2004.

Börries Nehe es latinoamericanista por la UNAM y actualmente coordinador del grupo de investigación sobre autoritarismos y contra-estrategias de la fundación Rosa Luxemburg.

[email protected]

Ya no comemos cuento

Aucabo

En un ambiente de censura y coerción a diversos artistas, colectivos culturales y medios de comunicación independientes, (allanamiento a la sede de la revista cartel urbano), así como la solicitud de la Policía Nacional de eliminar un sitio web de un medio digital, se desarrolló el 21 de Noviembre el paro nacional en Colombia.

Paralelamente a estos sucesos de intimidación de la libertad de expresión y de prensa, el gobierno nacional días antes del paro comunicó un conjunto de posibles medidas restrictivas (toques de queda, ley seca, judicialización de vándalos…), que incendiaban y acaloraban el ambiente de las manifestaciones. Igualmente, los medios de comunicación masivos se focalizaban en recordar los incidentes y hechos violentos de anteriores paros, con el objetivo evidentemente de construir una narrativa del miedo y el peligro que representa salir a las calles, así como crear una indignación hacía los “vándalos criminales y terroristas que marchan”.

Esta lógica discursiva del binomio gobierno- medios de comunicación, sigue favoreciendo los intereses de una ultraderecha anclada al continuismo de la guerra y la negación rotunda de la paz, por supuesto ensombreciendo los verdaderos motivos de las protestas, que en Colombia y en América Latina sobran. Sería innumerable la lista de razones por las cuales la gente salió a las calles pero entre otras, el bombardeo de niños, asesinato sistemático de líderes sociales e indígenas, desempleo creciente, una desconsiderada reforma pensional y la histórica y epidémica corrupción que bastan para que el pueblo se movilice.

A pesar de este contexto represivo y autoritario, el paro Nacional del 21 de Noviembre (21N) signó la historia de la sociedad colombiana como una de las movilizaciones más numerosas, más enérgicas y creativas. Más allá de los desmanes ocurridos en diversas ciudades y que ensombrecieron las manifestaciones (saqueos y enfrentamientos violentos contra la fuerza pública) en un hecho sin precedentes, el pueblo, de manera espontánea y auto organizada salió a las calles cacerola en mano y expresó su profundo inconformismo por la situación actual del país, por quienes lo manejan y lo des-conducen.

El cacerolazo de la noche del 21 de Noviembre fue un grito de resistencia y de contestación que emergió en todas las zonas de la ciudad. Desde todos los puntos cardinales ciudadanos salieron a las calles para expresar su empatía, su comprensión del otro que sufre y demanda justicia social, igualdad y oportunidades, ese otro que durante esa noche fuimos todos. Mientras que el presidente en una alocución televisiva vacía y carente de conexión con la realidad social, enfatizaba en los signos de violencia y vandalismo ocurridos durante el día, el pueblo le estaba gritando al unísono de la onda metálica de las cacerolas, que estamos cansados de una clase política mohosa, retrograda y bélica que mira hacia el pasado, que está cada vez más distante y lejana de las demandas transformadoras de la sociedad.

En efecto, el gobierno y la fuerza pública son tan displicentes a estas acciones colectivas cargadas de música, arte y cultura (los cacerolazos, los plantones y las comparsas han continuado constantemente), que en la tarde del sábado 23 de Noviembre un miembro del ESMAD (Escuadrón Móvil antidisturbios) hirió a un joven de 18 años que se encuentra entre la vida y la muerte. Este hecho refleja el carácter hipócrita y farsante del actual gobierno. Mientras que el presidente habla de la protección de los ciudadanos y el respeto al derecho constitucional de la protesta, el caos y el desorden son sembrados en las calles por las fuerzas policiales1. Estas contradicciones se suman a una declaración oficial del día sábado donde se propone un diálogo entre gobierno y sectores sociales para escuchar sus solicitudes. Sin embargo, considero que un buen segmento de los ciudadanos “Ya no comemos cuento”. Al partido de gobierno, a la élite económica y política lo que les interesa es neutralizar y detener las marchas bajo la misma historia de siempre: mesa de diálogos, concertación y como está ocurriendo en Chile, con una reforma constitucional que en realidad no le interesa a los ciudadanos.

Esta retórica de la falsa conciliación, no puede socavar las verdaderas exigencias de la sociedad, por esa razón no se trata de firmar un decreto o un acuerdo que sirva como un paliativo y sedante de la movilización. Colombia y América Latina (optimismo pesimista), están despertando y debemos seguir tejiendo esperanza, cambio y acciones creativas y contundentes.

Bogotá, Colombia 25 de Noviembre, 2019.

1 Hay pruebas audiovisuales contundentes que demuestran la implementación de la teoría del pánico por parte del gobierno nacional. En los últimos días en ciudades como Cali y Bogotá se decretó toque de queda, se consiguieron vándalos que fueron pagados para sembrar el terror, los dejaban en conjuntos residenciales y luego los ciudadanos en pánico solicitan la presencia de la fuerza pública , como la ciudad esta militarizada, llega el ejército a presentarse como salvadores y héroes en la situación. Esta estrategia está respaldada por el temor y el miedo que se han creado en redes sociales.

Aucabo es antropólogo y doctor en urbanismo por la Universidad de París X Nanterre.

[email protected]

El camino del héroe

El Borrador

Viví en el SENAME hasta hace unos pocos años, y cuando comenzó el estallido social me dieron ganas de quemarlo todo.
Robé, varias veces, en la calle y en casas, sabía que lo que hacía era malo, pero ya tenía quince años, nadie iba a venir a rescatarme, me las tuve que rasgar, solo. Pensé en trabajar, pero sinceramente las ganas de ver arder todo siempre me llamó mas la atención.

Todo cambió para mí cuando llegó un niño de seis años, con el Javier decidimos adoptarlo y llevarlo por el camino del bien, que no fuera como nosotros, que aún tenía oportunidad, que alguna familia se lo llevaría, que estudiara, que se preparara cuando saliera ¿Y para qué? Un día simplemente desapareció. Nunca me compré el asunto de su adopción, sus cosas todavía seguían en su pieza, él se hubiese despedido de nosotros, pero no, se fue.
Una noche preguntamos por él, sabiendo que algo raro había pasado. Finalmente nos llevaron donde supuestamente estaba, ahí fue cuando de la nada me desvanecí en el suelo. Cuando desperté, me vi en un lugar que parecía hospital por dentro, me costó moverme, miré a mi lado y el Javier con los ojos cerrados, y a mí otro lado otro niño del Sename a quien le raspaban el estómago con una navaja. Me embargó el miedo, no sabía si hacerme el dormido o escapar. A los minutos el tipo salió de la sala y me paré, lo más rápido que pude, un tanto mareado y tomé al Javier, pero este no despertaba, su cuerpo pesaba. Comenzaron a buscarnos, y yo, meándome, literalmente, llorando, le pedía a mi amigo que despertara, pero este nunca lo hizo. Me arranqué, sin él.

Llegué a Calama desde Santiago, pidiendo plata, quedándome en la calle, pasando hambre y frío. Pero un día alguien tuvo la gentileza de recogerme, un abuelo. Me llevó hasta su casa, sinceramente pensé que iba a abusar de mi y que esa sería mi forma de pago a cambio de comida y techo, mi vida era tan rata que estaba dispuesto a entregarme, pero no, él solo quería ayudarme y nunca me dijo por qué. El viejo estaba loco, decía que era cinturón negro, siempre me pedía que le pegara combos en la guata y la ponía dura como fierro, yo le puse el “Maestro Rochi” como el de Dragon Ball, mas encima era califa, se parecía caleta. Armó unas pesas con tarros de leche y cemento con las que me tuvo haciendo levantamiento de brazos. Me enseñó a como pegar tres golpes con un movimiento, a defenderme en la calle y en la vida, me hizo leer, a bajar la rabia, a contenerme, y por sobre todo me enseñó a llorar.
El Viejo Rochi me tuvo como 4 años en su casa y yo más encima le llevaba un vino de regalo gracias a una propina que recibí como empaque en un supermercado, pero ahí estaba, colgado en su pieza, con una sábana de su cama, una carta de embargo, y el recibo de la plata de la jubilación del banco.

Solo, de nuevo. Triste, lo extraño.

Volví a Santiago, dormí en la calle, y caminé por las avenidas buscando una oportunidad, pero algo muy raro sucedía, la gente estaba sin metro. Por primera vez vi que las personas se miraban a la cara en aquel viernes y conversaba el uno con el otro.
La noche del cacerolazo y yo sonreía, hasta que salieron los militares y no tenía donde irme. Escapé, mientras golpeaban como perros a los vagabundos, sin razón alguna, si aparecía un tanque tenía que agacharme detrás de un árbol. Pero no me duró mucho, un carabinero me apuntó con una pistola, me pidió los antecedentes, mil rollos en mi cabeza y lo decidí, pues el viejo Rochi me había enseñado lo suficiente para poder acabar con aquel tipo en dos segundos. Lo dejé en el suelo, aturdido. Corrí, muchos de ellos me perseguían, pero logré meterme en un colegio donde me escondí, donde cada vez que llegaba el toque de queda yo volvía.

Las marchas en las tardes, la gente que se multiplicaba, el humo a lo lejos, las lacrimógenas sin razón y el murmullo de torturas que se escuchaban.
Un grito desesperado de un señor, alguien quería destruir su pequeño negocio, entré para buscar al tipo, pensé en algún infiltrado, porque ningún civil con dos dedos de frente haría algo como eso… pero no, la sorpresa mayúscula: Javier. Ambos nos miramos, y nos reconocimos de inmediato, este tomó un par de cosas del local y comenzó a correr, fui detrás de él, varias calles más allá lo alcancé. Lo abracé, le pedí perdón, pero su rostro no era el mismo que alguna vez conocí.

– ¿Qué te hicieron?

Se levantó la polera y me mostró una cicatriz.

– Me falta un riñón ¿Te acordái del pendejo que adoptamos la otra vez? A ese lo desarmaron entero, como un auto recién robado. Vírate, loco. Se nota que estái cambiado, no eres como yo.

Lo vi marcharse, mientras me caían las lágrimas y la rabia me consumía. A Javier seguramente lo encontraré nuevamente y no será lo mismo que antes. Pensé en quemarlo todo, como dije al principio, pero ya no estoy de su lado, aunque lo comprenda.

Miré hacia atrás, observé a la multitud escapando de la yuta, y a jóvenes como yo perdiendo la vista por perdigones. No puedo quedarme sin hacer nada. Por el Rochi que terminó con él mismo por la falta de dignidad, por los niños que aún están en el Sename, he decidido taparme el rostro con mi polera, recoger una señalética en medio del caos y acompañarlos en este largo camino.

Soy el grito pidiendo justicia.
Soy la pañoleta que cubrirá tu cara.
Soy la piedra que lanzarás.

Soy PareMan.

……………………………………………………………………..

“El camino del héroe”

El Borrador
Instagram del autor y sus cuentos: @elborradoroficial

Soy PareMan. Foto: @periodistafurioso

El fuego del silencio

Erick Tool

A través de los siglos hemos aprendido que la barbarie del poder va acompañada de la ignorancia, del ego y del yugo de unos cuantos sociópatas que desafortunadamente llegan al poder ya sea porque tienen un capital privilegiado o porque su ascender hacia la alta burguesía fue por hacer favores sin tener escrúpulos, ni conmiseraciones hacia el prójimo humano, animal o natural, es decir llegaron a la cima del poder por corruptos.

Para nuestra mala suerte parece que la historia sólo queda para ser guardada e ignorada por este tipo de personalidades ricas y corruptas con ansias de poder, poder y dinero que no se llevarán a la tumba pero que su mente pequeña y obtusa ignora.

Miedo al pensamiento

El Papiru de Ipuur, la fortaleza de los espíritus en Persépolis, la biblioteca de Alejandría, la biblioteca de la Residencia de los Papas en Letrán, la biblioteca imperial en Constantinopla, la biblioteca de la Madraza en Granada, la biblioteca Nacional del Perú, la biblioteca Nacional de Sarajevo, la biblioteca Nacional de Irak y el museo nacional de Río de Janeiro, todos estos recintos fueron quemados por gobiernos autoritarios con el temor de que el pueblo piense por sí mismo.

Fahrenheit 451

La actualidad de este clásico es indiscutible, Bradbury se refiere a un mundo donde los libros son peligrosos y por ende deben ser quemados, en esta obra maestra de la ciencia ficción política aparecen seis personajes principales y cada uno representa un punto importante de nuestra sociedad.

Guy Montag: Es un sujeto no mayor de 40 años, no es un personaje ordinario pues esconde libros y eso lo hace ser un corrupto a pesar de que nosotros, los lectores sabemos que no lo es, en el mundo de Bradbury, así se le ve.

Capitán Beatty: El jefe de los bomberos, el orquestador de las quemas de libros, el representante de la ley aún así, en algún momento era similar a Guy incluso en toda la historia se la pasa dando referencias a libros y pasajes históricos de la humanidad, es un desgraciado cultureta que termino siendo el perro fiel del sistema.

Profesor Faber: Está resignado aunque lo entristece saber que los libros ya no llaman la atención de nadie para eso están las pantallas para entretener, es cobarde y prefiere mantener un perfil bajo.

Mildred Montag: Representa el ciudadano ordinario ese que se conforma con lo que dice el Televisor, es ese personaje que utiliza el suicidio para justificar el miedo a la existencia, al ir por más, es la representación de esa parte del pueblo sumiso y conformista.

Clarisse McClellan: Ella parece que es la extraña del grupo pero en realidad es la conciencia, aquella que te susurra un inconformismo, es como un libro de filosofía, es lo prohibido por eso su destino en la novela es incierto, ella es una pregunta constante.

Granger: Este personaje representa la esperanza que hay en la humanidad es valiente y astuto, y a pesar de que su mundo es destruido, él encuentra la manera de sobrevivir, él sabe y nos hace saber que el mundo tiene un ciclo por cumplir como todo en la vida, hay un momento de luz y hay un momento de oscuridad.

La gran Lección o ¿por qué los libros son peligrosos en Latinoamérica?

Una lección importante para un lector en reconocimiento de Fahrenheit 451, es que nos recuerda que no es importante lo que se escriba en un libro sino las preguntas que el libro despierta y eso nos conduce a nuestro devenir como seres racionales y libres.

Actualmente Brasil y otros países hermanos como Bolivia, Ecuador, Argentina, Chile y Haití sufren cambios políticos y parece que el totalitarismo es el común denominador y la puerta de entrada a ese dudoso pero trágico régimen que ha mostrado ser el neoliberalismo y su gran fracaso con la democracia, idea política y utópica que siempre se ha visto mermada por la ambición e ignorancia tanto de gobernantes como de empresarios.

Al parecer si al mundo se le terminaran sus recursos naturales gobernantes como empresarios sobrevivirían comiendo residuos y respirando metales y CO2, intentando el exilio posthumano.

En este nuevo siglo, el continente latinoamericano vive un neo-oscurantismo donde tristemente la población está sufriendo el embate de la ambición y el fanatismo religioso, de persecución, racismo y censura; Brasil, Chile, Bolivia y ahora Colombia son un espejo donde sus gobernantes para justificar su intolerancia se refugian en la Biblia igual como lo hicieron los cruzados en su momento, de mismo modo que lo hizo el Capitán Beatty pero lo que realmente los mueve es la locura del control y del poder.

Así, que dejaré algunas sugerencias lectivas espero que podamos despabilarnos de lo que ocurre y dejemos a un lado los distractores, que tomemos por más tiempo un libro, adoptemos un gesto de estar más con nosotros mismos y dejemos de evadirnos, que seamos más humanos y menos internautas en un sentido de enajenación hiperconectada.

Propongo que regresemos a Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, que revisemos nuevamente las bases de los contratos sociales en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad de los hombres de Jean Jacob Rosseau, recentrémonos en las reflexiones de Nietzsche en Humano demasiado humano. Que nos actualicemos en Los orígenes del neoliberalismo en México de María Eugenia Romero Sotelo, echemos un ojo al Neoliberalismo en América Latina de Luis Rojas Villagra. Otro clásico para revisar las categorías que hoy se tornan insuficientes Liberalismo y democracia de Norberto Bobbio y finalmente Los orígenes del totalitarismo de Hanna Arendt.

Erick Tool es periodista underground, melómano y bibliófilo

[email protected]

Incendio de Alejandría