Systems and Constellations

Álvaro Rodríguez

El trabajo artístico y fotográfico de Milagros de la Torre es de una actualidad latente, basta con revisar su última exposición virtual: Systems and Constelatellations (2020) en Artpace en San Antonio Texas para reparar en el refinamiento de sus medios expositivos, el cuidado de sus piezas y la abstracción de las correspondencias estéticas.

Personalmente el trabajo que más aprecio de Milagros de la Torre son sus platas sobre gelatina en papel, “evidencias” de crímenes y hechos diversos en el Perú que provienen del Archivo del Palacio de Justicia en Lima que pertenecen a su serie Los pasos perdidos, (The Lost Steps, 1996). De estas imágenes se recuperan cartas póstumas, objetos incautados como la bandera de Sendero luminioso, la camisa ensangrentada de un periodista víctima en una masacre, cinturones, máscaras de perpetradores, algunas balas, cuchillos, cuerdas y toda serie de objetos contundentes o testimoniales de la tragedia y la violencia del Perú contemporáneo, imágenes que se conocen por todo el mundo, y que recientemente las vimos expuestas en el Centro de la Imagen en la Ciudad de México.

En Systems and Constellations, Milagros de la Torre lleva más allá el trabajo fotográfico bidimensional para situarlo en dispositivos intermediales que permiten apreciar la potencia de las imágenes de identidad en sistemas muy antiguos como los quirománticos y adivinatorios que devienen de la astrología, de las fisiognomonías que van del lejano Oriente al Oriente medio y se desplegaron por toda la vieja Europa. Los sistemas de proporcionalidad y métricos dialogan en el espacio virtual expandiendo una continuidad de lecturas visuales y de regímenes escópicos del retrato.

La secuencia de Intervals explica mejor lo anterior, siendo los registros de Alphonse Bertillon los ejes vertebrales de la argumentación antropométrica, pero también, la gran utopía del control biométrico. Systems and constelations puede visitarse virtualmente con el asombro de las posibilidades de la realidad aumentada, los dispositivos constelares y una máscara que elude la identificación por algoritmos.

Esta exposición se interroga bajo el ángulo crítico como alguna vez lo hizo la Calavera de Mengele, pieza de Thomas Keenan y Eyal Weizman en Imágenes a cargo: la construcción de la prueba por la imagen en Le Bal de París (2015), Facial Weaponization suit mask de Zach Blas en Teoría del Color en el MUAC (2014-2015) o La propagación del mal en el Centro Cultural España curada por Marialy Soto (2018).

Álvaro Rodríguez es historiador

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Mundo Fungi

Álvaro Rodríguez

Dixit platicó en estos días pandémicos con Robert John Kelly a propósito del universo Fungi y sus posibilidades locales y planetarias. El universo de los hongos es tan amplio y diverso como el animal y el vegetal. El libro de Anna Lowenhaupt Tsing: The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins, Princeton, 2015 nos inspiró para platicar sobre las propias investigaciones de Kelly, sus libros y sus intereses entorno al universo fungi en México.

Robert John Kelly inició sus estudios en la carrera de Pedagogía Infantil e Historia en la Universidad de South Florida los cuales abandonó en el 2012 para cultivar hongos y dedicarse al estudio de Micología y Botánica. Fue co-fundador y técnico de laboratorio en Gulf Coast Mushrooms, una empresa que cultiva hongos medicinales y gourmet donde trabajó del 2014 al 2017. Ha dado pláticas, caminatas y talleres sobre hongos y plantas en la Universidad de New College of Florida, Acupunture and Herbal Medicines of St. Petersburg, The Children’s Garden, Tinker Farms y La Botica verde entre otros lugares de Florida, Estados Unidos y en Morelos, México principalmente.

Es autor de Una introducción a la identificación y aplicación de hongos comunes en el sur de Florida, 2017. En 2018 Impartió pláticas semanales en Tepoztlán sobre diferentes temas de hongos como: Etnomicología, cultivo e identificación de hongos. Actualmente escribe un libro sobre los hongos Cordyceps de Morelos. Vive en San Juan Tlacotenco (Tepoztlán), Morelos donde tiene un laboratorio para experimentar con propagación de hongos silvestres y comerciales.

Sigue la emisión de Dixit Radio donde abordamos la economía de estos seres, sus funciones y su estudio.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Renacer en la lucha

Heriberto Paredes

A finales de mayo, Marina y yo pasamos unos días muy tranquilos. Las revueltas comienzan en escenarios similares, como un tsunami que fractura la tranquilidad de los días soleados. El suave temblor que agita la copa y termina por derrumbar el edificio. Mucho mejor así: lo que parecía ser un verano lleno de nueva normalidad se convirtió en miles de ejemplos de los problemas que no pueden ocultarse ya.

El peor mal que tiene Estados Unidos –y créanme que la lista es muy larga– es sustentar toda su existencia en la racialización de las personas, en la opresión de la supremacía blanca sobre la población afroamericana, la diversidad de pueblos indígenas (nativos y migrantes) y todas las culturas que se han asentado en estas tierras. Racializar al capitalismo se ha convertido en el epitafio de una nación que debe morir tal y como la conocemos ahora.

Que sigan cayendo las estatuas de todos los esclavistas y conquistadores. Que sigan apagadas las luces de la Casa Blanca (¡Qué horrendo nombre!)

Desde que llegamos a vivir a esta zona limítrofe entre Harlem y Morningside Heights las reglas del juego estaban muy claras: las personas blancas viven mayoritariamente en un lado y la población negra y ‘latina’ del otro. No sólo se trata de que un parque nos divida, ni siquiera de que la policía se comporta distinto en cada barrio, lo peor es que todo parecía normal, asumido.

Durante 3 meses de confinamiento, la pandemia sólo consiguió agudizar las diferencias históricas que afectan las formas y las consecuencias de COVID-19 entre las distintas comunidades. Pero, siguiendo al gobernador de Nueva York, los hechos hablan primero y hablan claro: 2/3 partes de las personas contagiadas y fallecidas o son afro americanas o son latinoamericanas.

Y aún así pasábamos días tranquilos, con paseos en bicicleta mientras redescubríamos la ciudad y nuestro lugar en ella. Hasta que un día antes del cumpleaños de Marina, el 25 de mayo, dos hechos ocurrieron simultáneamente: Christian Cooper, un observador de aves, negro, fue agredido verbalmente en Central Park, la mujer que lo amenazó lo hizo –sabiendo que podía hacerlo impunemente– vociferando mentiras a un operador del 911. «Un hombre afroamericano está poniendo en peligro mi vida, manden a los policías de inmediato».

Al mismo tiempo, en Minneapolis, capital de Minnesota, George Floyd, un hombre negro era agredido por policías. En pocos minutos lo sometieron y uno de los oficiales lo asfixió con su rodilla mientras él –casi sin voz– sentenciaba: «No puedo respirar».

En menos de 24 horas, la mujer que mentía deliberadamente al servicio público para acusar a un hombre que le pidió que pusiera la correa a su perro en una zona obligatoria, era denunciada en redes, despedida de su trabajo y denostada en su vecindario. En ese mismo lapso, las primeras protestas cobraban forma y ponían un punto y aparte en la narrativa de pandemia que los medios y el Estado sostenían.

Así llegó esta nueva ola de lucha en contra, no sólo contra la brutalidad policiaca, pero por encima de todo, de la racialización de la sociedad.

Lo que se lee en las calles

Las fotografías que comparto en esta entrega son tan sólo una muestra de lo que se ha visto en las manifestaciones desatadas tras los hechos mencionados. Hablan de miles de personas en la calle, superando el temor de la pandemia, porque la rabia es infinitamente más fuerte que el miedo; hablan también de una solidaridad muy específica, la que hay entre personas afrodescendientes en casi cualquier parte del mundo.

Tras siglos de opresión, discriminación, violencia y muerte, uno de los vínculos más fuertes entre las personas afrodescendientes es el sentimiento de identificación, de saber que comparten una historia de sospecha y de acusación a pesar de las diferencias económicas. «Este sentido de solidaridad a través del sufrimiento se nos impone por la opresión que sufrimos en una sociedad supremacista blanca» afirma el historiador, Jemar Tisby en la revista The Atlantic.

Es cierto que no se puede generalizar este vínculo, pero también es cierto que existe y que es fuente de muchas redes y conexiones que terminan en organización.

«Respeten nuestra existencia o esperen nuestra resistencia» está escrito en un cartel que lleva una señora en Union Square, uno de los centros de concentración de las protestas. «Si ellos empiezan a disparar ponte detrás de mi» sostiene una chica blanca que sabe que la policía no dispara tan fácilmente a los cuerpos blancos. Esta ha sido otra de las herramientas de protección y generación de lazos entre personas blancas y afrodescendientes: el cuidado de los cuerpos racializados con los cuerpos que no son tan fáciles de atacar.

El renacimiento

Hacia la segunda década del siglo XX una amplia migración de personas afroamericanas comenzó a migrar, desde el sur segregacionista hacia varios de los principales centros urbanos con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida, tal vez espacios distintos para poder respirar con menor dificultad. Nueva York, Chicago, Detroit, Cincinnati, Pittsburg y Filadelfia se convirtieron en la casa de 6 millones de personas desplazadas en su propio país.

Harlem fue uno de los barrios receptores al norte de Manhattan, lo que estaba pensado como un barrio de clase alta para personas blancas se convirtió en la mayor concentración de personas negras en el mundo de aquella época. Más de 175 mil migrantes afro americanos ocuparon casas vacías, construyeron otras, se instalaron y comenzaron a escribir un nuevo capítulo en la historia.

«Compartían experiencias comunes de esclavitud, emancipación y presión racial, así como la determinación de forjar una nueva identidad como personas libres» explica un folleto del Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana, ubicado en Washington D.C. Y sobre este piso común, un amplio movimiento cultural nació en las calles de Harlem.

Más allá de acabar con la racialización de la sociedad estadounidense, el Renacimiento de Harlem demostró que las personas afrodescendientes habían encontrado una voz propia y dejaron testimonio de la vida que les había tocado vivir y de la que eran parte en aquella atribulada década de 1920.

Desde la literatura, la pintura, la escultura y la música, los ejemplos suman esfuerzos, suman visiones, propuestas, lecturas de la realidad, necesidades. Se vislumbra –con esta perspectiva que da la historia– lo que vendía en el agitado siglo XX si del movimiento afroamericano se trata: la vecindad con nuevas olas migratorias desde Puerto Rico y República Dominicana, la convivencia con los afrodescendientes latinoamericanos, el movimiento de las Panteras Negras y los Young Lords, la epidemia de VIH y la muerte diseminada a través del crack.

La elegancia del Renacimiento permaneció pese a todo ello. Dejó un barrio firme en sus identidades, consciente de su riqueza cultural y listo para enfrentar, lo que esperan, sea la última batalla en contra de la supremacía blanca. «Es momento de poner también, al centro, la cultura negra, porque además de poner los muertos también tenemos otras cosas qué decir» platicaba una chica en una concentración por el cumpleaños de Breonna Taylor, asesinada el 13 de marzo cuando tres policías entraron a su domicilio y le dispararon 8 veces.

Las ciudades que sirvieron de refugio hace 100 años son ahora los lugares que estallan en revueltas, manifestaciones, protestas, denuncias, violencia y racismo.

Continuará…

Todo está por hacer aún, se trata de una labor elaborativa de toda la vida. Si comparáramos este nuevo ciclo de protestas con la duración de un día, serán tan sólo los primeros minutos los que han transcurrido, minutos en los que también en otros centros urbanos las protestas ocurren y desnudan el racismo sobre el cual están construidos: París, Londres, Río de Janeiro, Berlín. Las estrellas del arte y la cultura mundial reposan sobre la racialización de los cuerpos.

Que sirvan estas palabras y estas imágenes para comenzar la documentación de la nueva normalidad, en donde la rabia puede más que el miedo y el confinamiento.

Heriberto Paredes es periodista y fotógrafo independiente

@BSaurio / @el_beto_paredes / bsaurio

Newbridge

Álvaro Rodríguez

Cuando el Whitney Museum of American Art está cerrado, las imágenes de Nan Goding aparecen repentinamente, vidas de protesta y sociedades afectivas, el amor irrumpiendo en una feroz era de violencia racial, pero en la intervención de sus imágenes, Golding resulta ambigua porque su mayor potencia reside en el vehículo mismo que impone en sus cuerpas y cuerpos, su mirada irremediablemente colmada de una nostalgia luminosa, agrietada por las sombras y claroscuros, secreciones pigmentadas y fluidos recientes que superponen olores y sensaciones en la imagen, tragedias y encuentros quebrados, nostalgias y despedidas en el infortunio.

La pornografía emocional como la han tildado en otros lados, es, en todo caso, una superficialidad de entornos de afectación y de estados animistas en sus snapshots. Cuando el Whitney Museum reposa en una muerte aparente por el contagio de la enfermedad viral y social, la obra de Golding subyace naturalmente en la calle como un síntoma de la violencia especular en sus 24 works.

En tal desconfinamiento Siobhan in the Shower aparece desnuda y obliterada por el tiempo y por la mirada del recato público que prohíbe la intimidad radical. Un poster arrancado al tiempo anuncia el Newbridge, mostrando las trazas de un objeto que destruye y al mismo tiempo invierte una emoción confrontrada, un gesto moralizador sobre la imagen de Golding, una cuerpa rasgada y fragmentada, un intento de borramiento y de censura sobre la trágica belleza que experimenta Goldin golpeando con toda su fuerza estética, el recuerdo, la memorabilia de la copulación y el exceso y la distorsión del estupefaciente visual y el punk. Tal y como un afiche de desaparición, Siobhan in the shower (1991) reaparece como un espectro en pleno haz de luz, en una caja de alta tensión detrás del cárcamo de dolores y en un espacio completamente deshabitado por la pandemia, lleno de plantas y de un estruendo del agua; la imagen resignificada de Siobhan resitúa la presencia de Golding que a penas el año pasado en las salas del Centro de la Imagen nos deslumbró con The ballad sexual dependency, un diario visual intimista instalado en un carrusel de diapositivas un tanto vivas, un tanto muertas, encarnadas por el amor y la fatalidad en un slide show musicalizado con piezas como All Tomorrow’s Parties de Velvet Underground.

Siobhan in the shower posa en las cajas eléctricas bajo las escotillas de una compuerta hidráulica del cárcamo donde la pieza de Ariel Guzik interroga con unos silbatos de un órgano cageano las corrientes que traen sonidos líquidos del río, bajo los murales de Diego Rivera para traer la mirada perenne de Nan Golding en la intemperie.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Newbridge, Siobhan in the shower. Nan Golding (1991). Foto: Álvaro Rodríguez.

Sayas y mantos

Álvaro Rodríguez

En la construcción de un estereotipo femenino, en la mujer tapada limeña existe una literatura extensa sobre el tema, ahora que las pandemias han insistido en pensar las mascarillas como un eterno cotidiano del rostro, las identidades anónimas no le pertenecen tanto a las pestes como sí a las figuraciones de recogimiento o velo que explotan ahora más que nunca.

La imágenes entonces de las nodrizas de Los hermanos Courret que fundaron el estudio fotográfico: Fotografía Central en pleno centro de la ciudad de Lima en el Jirón de la Unión. Formaron parte de una distinguida élite limeña, además de haber retratado un sin número de personajes distinguidos de esta esfera, destaca una serie de fotografías sobre “amas de leche”, nodrizas afrodescendientes que se encargaban de cuidar y amamantar a los bebés de la élite. Otra faceta de la mirada de los hermanos Courret tiene una transferencia de la vida colonial y casi victoriana del Perú. La mujer tapada, fue un género de fotografía que mostraba a la mujer que velaba su rostro parcialmente acusando un gesto de dignidad y por otro lado de seducción.

El anonimato en la época colonial como lo revelan algunos estudios históricos y literarios funcionaba como un mecanismo de recato y gracia, al tiempo que accionaba un juego de miradas con el ocultamiento del cuerpo, una práctica muy extendida en algunas regiones de España y del medio Oriente como lo veremos con las fotografías de un fotógrafo francés nacido a finales del siglo XIX, que había trabajado en la enfermería para la atención de los enfermos mentales en la Prefectura de policía de París y que más tarde fuese el mentor de Jaques Lacan.

Gaëtan Gatian de Clérambault (1872 – 1934) psiquiatra, etnólogo y fotógrafo intersecular atravesó el África septentrional, el Magreb y Marruecos, su obra es de una soltura que lo llevó a dar clases en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes. Su estética de mujeres cubiertas figura entre los mitos de la fotografía colonial. Su serie sobre hombres y mujeres cubiertas nos permite apreciar el arte performático del cuerpo retratando sus diversos ángulos en una siniestra danza poética que termina silenciándose con los mantos y los ritmos de confección. Dijéramos un metraje de la patética cinética y de la sintaxis visual corporal. El rostro queda tapado por momentos y se revela en tomas excéntricas materializando un modus de registro que explota los ambientes de luz, neblinas y sombras, celosías piadosas y muros sosegados que serán testigos de esos cuerpos completamente cubiertos.

Más allá de LasTesis, de las Pussy Riot o de las zapatistas, las máscaras pandémicas que parecieron ser un enorme silenciamiento de los rostros de las y los ciudadanos en todo el planeta, hoy gritan en Minneapolis y surgen como máscaras y pañuelos llenos de cólera, un rostro multitudinario que exige un alto al racismo y a la violencia policial, una venganza contra la sistemática violación a los derechos humanos y una terrible erosión de justicia quedada en entredicho por un fascismo policial en el mundo.

En los rostros de la comunidad norteamericana actual, las mascarillas y pañuelos alertan una insurrección contra el orden racial y patriarcal confrontando aquellos silenciamientos y recatos con los que se suelen tapar el rostro los supremacistas blancos.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Objetos cotidianos, fotografía y pandemia

Mauricio García Arévalo

Nuestra cultura material, deriva de un sinfín de procesos de producción en todo el planeta. Nos llega a través de objetos y artefactos que principalmente adquirimos y con el tiempo algunos se quedan para siempre con nosotros y otros se van por la vía del desecho.

Si decidimos que determinados objetos formen parte de nuestro entorno, estos suelen cumplir un específico lapso de funciones dependiendo en dónde se coloquen, ya sea en los diferentes espacios de nuestras casas, lugares de trabajo, etcétera. Sin embargo, estos objetos con el tiempo, ya sea de manera directa o indirecta, son los encargados de identificar esos lugares, es decir, al espacio que ocupa una cocina se le reconoce por el espacio que se diseñó para dicho fin y los objetos que ahí se encuentran reafirmarán mayoritariamente esa función.

Regularmente, dichos objetos si no son de uso constante, no acaparan nuestro interés de manera completa. Se suele mirarlos de reojo y casi automáticamente y de manera casi inconsciente los identificamos y sabemos que aún siguen en su lugar.

Durante el año 2013, realicé un ensayo fotográfico que derivó en un fotolibro intitulado “Objetos que trascienden” que tuvo el objetivo de reflejar lo anterior mencionado. En este ensayo, se incluyeron breves testimonios de sus propietarios los cuales, dieron pistas de cómo se adquirieron esos objetos, qué funciones cumplieron y por qué aún los conservan pese a que ya no estaban en un lugar cotidiano de actividades. Lo anterior, puede denominarse como una biografía de objetos bajo algunos parámetros de Igor Kopytoff:

¿De dónde proviene y quién hizo la cosa? ¿Cuál ha sido su carrera hasta ahora y cuál es, de acuerdo con la gente, su trayectoria ideal? ¿Cuáles son las “edades” o periodos reconocidos en la “vida” de la cosa, y cuales son los indicadores culturales de éstos? ¿Cómo ha cambiado el uso de la cosa debido a su edad, y qué sucederá cuando llegue al final de su vida útil?

Igor Kopytoff, “La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso”, en Arjun Appadurai (ed.), La vida social de las cosas. Perspectiva cultural de las mercancías, Grijalbo/Conaculta, México, 1991, p.92.

Por otro lado, en estos tiempos de pandemia derivados del COVID-19, el confinamiento en nuestros hogares nos ha dado la oportunidad de realizar una serie de actividades que teníamos pendientes o por lo contrario, realizar otras nuevas. Así mismo, seguramente también ha cambiado la mirada hacia nuestros espacios y objetos. Se vuelve a observar lo que cotidianamente no se tomaban en cuenta y que ahora son parte de la rutina actual de aislamiento.

Si optamos por resignificar nuestros objetos cotidianos a través de la observación y registrarlos fotográficamente a través de nuestra mirada particular, se puede cuestionar:

¿cómo llegó o llegaron a ese lugar determinado? ¿realmente, qué función cumple?, ¿cómo se produjo?, ¿tiene una marca de fabricación?, ¿qué significaciones se tendrán actualmente por la adquisición vía internet?, ¿cómo será su final?

Así, puede generarse una nueva forma de documentar la cotidianidad de los objetos basada en información que nos ayude a elaborar una biografía, una línea de “vida”. Con ello no solamente reflexionaremos sobre su elaboración y uso, sino que también servirá para darnos cuenta o reafirmar nuestras formas de consumo y ser más conscientes de lo que estamos adquiriendo y desechando.

Mauricio García Arévalo. Doctorado en arqueología por la ENAH. Especializado en estudios sobre cultura material moderna y fotográfica.

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Anonimato

Álvaro Rodríguez

He aprovechado estos días para ver con mis hijas la saga de las Guerras de las Galaxias, además con la noticia de que existe un universo paralelo del otro lado de nuestra galaxia con más razón he sentido que mis hijas me han obligado a regresar a una cierta época en la que vi imágenes cyborg que me formaron desde el cine. Los personajes como los cascos y las máscaras de los personajes de Star Wars no conjugaban para los años ochenta una cierta anticipación en su estética y en los respiradores que ahora los memes se han encargado de reactivar en el imaginario colectivo.

Hace unos años había escrito un artículo sobre máscaras apoyándome en la antropología de las máscaras de Claude Levi Straus y sus funciones sociales, ese texto me sirvió para relativizar y valorar lo que se había hecho con los cubrebocas durante la pandemia H1N1; máscaras personalizadas, nahualizadas, llenas de humor y colores.

En esta pandemia del covid-19 no he sentido que las ganas sean de ironizar masivamente con un virus lo suficientemente agresivo y letal para bromear con las mascarillas. He visto makers customizar y hacer sus propios diseños de máscaras covid-stars wars con impresoras 3D. Esa posibilidad es mínima cuando hemos presenciado una carestía mundial por hacerse de un equipo digno para la autoprotección y para enfrentar en la primera línea de contención del coronavirus. Los primeros memes eran sobre seres salidos de la película de Blade Runner o el bar de Jabba de Hutt emplasticados y cubiertos con las más siniestras e inimaginables protuberancias faciales hechas de cualquier material posible. Esto fue cambiando en la medida que el virus nos fue mostrando su lógica de contagio y transmisión. Los debates políticos enardecidos en muchos países por la falta de mascarillas, un cierto monopolio de estos enseres y su ultrafabricación express en medio de la parálisis económica y de producción textil. El anonimato que otorga no sólo el cubrebocas en todas sus modalidades de efectividad y protección:

“la N95 en un 95 % de efectividad, la máscara quirúrgica en un 95 %, la FFP1 en un 95%, el cubrebocas de carbón activado en un 10%, las máscaras de tela y esponja en un 0%”

En fin, el delirio inmunitario que se persigue con toda clase de diseños, materiales y efectos estéticos, seguido de lo que las autoridades ya han alertado acerca de sus malos e ineficientes usos.

Con todas las ventajas y desventajas, el anonimato sigue siendo interesante, según el tipo de máscara otorga una cierta identidad de consumidor, contenedor del virus o propagador, pero establece un anonimato horizontal que puede ser contradictorio para efectos de la identidad y la identificación personal. El problema es para los cuerpos de la seguridad como para los propios ciudadanos en todos los rincones del mundo. Al menos las máscaras que produjo el artista visual Zach Blas para su pieza Facial Weaponization suite mask (2011) intentaba establecer un artefacto antiidentificatorio contra los dispositivos de identificación basados en inteligencia artificial. Sus máscaras prometían un barrido de rasgos que fundaban el anonimato y sugerían un régimen de libertades faciales.

En algunos países es obligatorio el uso de máscaras cubrebocas al entrar a bancos o establecimientos, es más, los ejecutivos de los bancos y las cajeras las usan independientemente que te identifiques con una ID, el aspecto de interacción es el anonimato. La policía en ciertos países y dependiendo del plan de confinamiento usa los cubrebocas como una práctica ya instalada de abuso de autoridad para no ser identificados como perpetradores de violencia policial. Quizá el espacio que ha sido consagrado para no usar máscaras han sido las reuniones por zoom y metting. Pero en lo que concierne al estricto uso de protección y medida de no contagio es la calle. De manera que aquellas personas que se preguntaban por los embozados y embozadas, por los zapatistas y enmascarados, por los forajidos y los bandidos, han tenido que adoptar una lógica de anonimato similar para salvar vidas y salvar sus vidas.

Además de los trabajadores de transporte y obras, el personal obrero que ha estado en la primera línea del abasto de la ciudad, otros actores que han estado presentes en los puntos rojos de contagio han sido los equipos médicos y los fotoperiodistas.

Recuerdan al “vato del dron”, Sergio Arau de quienes fueron duramente criticados sus imágenes de la marcha del 8M, pues este fotógrafo ha sido uno de estos singulares agentes de la información que ha retratado los rostros anónimos que diariamente han estado luchando en el frente contra el covid-19. En una estética de ciencia ficción, Aheida Bautista una mujer especialista en gastroenterología es retratada por Arau para dar cuenta del trabajo y el reconocimiento del personal del Centro Médico S.XXI que como una Mandalorian enfrenta con una fuerza paralela al lado oscuro del virus.

Álvaro Rodríguez es historiador

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  • Photo: Christopher O'Leary
  • Niveles de protección de mascarillas
  • Foto: Sergio Arau
  • Comentarios

Imágenes del silencio

Álvaro Rodríguez

Imágenes del silencio: 196 abrazos contra el olvido es una muestra de 196 retratos de personas que abrazan a sus seres queridos desaparecidos durante la última dictadura uruguaya. Este proyecto fotográfico de Anabella Balduvino, Elena Boffetta, Ricardo Gómez, Federico Panizza y Pablo Porciúncula auspiciado por el Centro de Fotografia de Montevideo, el Museo de la Memoria entre otras organizaciones establecen un diálogo semántico con la fotografía de desaparecidos en un formato de fotografía de identificación. La frontalización es la modalidad en la que proceden los servicios fotográficos de identificación y antropometría en el mundo.

Si bien los retratos no son de cuerpo completo, el retrato se ocupa de registrar frontalmente a los familiares vivos con la peculiaridad de subrayar un gesto de suma potencia: el abrazo al retrato del desaparecido. Los retratados abrazan a sus familiares desaparecidos y establecen un vínculo indiscutible en un acto de contrafichaje, un anti-mugshot que además de presentar la dignidad individual presentan las manos que se aferran al retrato del ser querido desaparecido. En otrorora las manos, algunos accesorios y la vestimenta eran índices de incriminación de clase u oficio, aquí son elementos de contención de la memoria. Otra particularidad de la muestra es su formato público, pues ha sido montada en la plaza Cagancha de Montevideo produciendo un memorial público de los desaparecidos y el reclamo a la ignominiosa desaparición del terrorismo de Estado.

En el marco de la conmemoración de la vigésima quinta marcha del Silencio en Uruguay Imágenes del silencio interviene el espacio público con esta muestra que demanda la verdad y la justicia para la ciudadanía uruguaya. Para saber más de “Imágenes del Silencio: 196 abrazos contra el olvido” pueden visitar el sitio del Centro de Fotografía de Montevideo CdF.

Álvaro Rodríguez es historiador

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  • Foto: Ricardo Antúnez / CdF
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Negativo 2B

Álvaro Rodríguez

Ya el ácido va envolviendo al negativo, estas placas inefables del amor superfluo, de la necesidad de casta, de la oficialidad identitaria, de la presentación frontal en el estudio con el mismo telón de fondo, del vidrio enmarcado para revelar a los deteriorados individuos del negativo 2B del Stars Archive (Studies in Tamil Studio Archives & Society). La impronta de la corrosión es la simbiosis entre el recuerdo y el olvido, no es todavía amnesia u obliteración visual, es un residuo intermedio de la imagen trastocada, es un estado interseccional, abstracto y contiguo de la indefinición corporal de una imagen resucitada en el revelado.

La fotografía en la India es tan extensa que no se puede reducir a un sólo archivo. Las colecciones fotográficas en Tamil Nadu en la India cumplieron una función social y comercial con implicaciones en la representación. La historia de los Nilgiris ha sido rescatada y preservada por un proyecto del gobierno francés y la British Library. El Instituto Francais Pondichery (IFP) y la Asociación Stars que restituyen a la historia de la fotografía en Tamil Nadu la imagen de los Nilgiris.

Los periodos en el que los investigadores de Stars han centrado su conservación y la digitalización con técnicas modernas va del periodo de 1870 a 1970. A finales del siglo XIX es un periodo donde además se estabilizó globalmente los métodos del retrato de identidad y la fotografía de identificación gracias a Alphonse Bertillon en París. Esta transferencia técnica pudo haber tenido su eco en las técnicas británicas del retrato de identidad.

Todo proyecto de conservación se debe ocupar de centenares de negativos, fotografías en placa de vidrio y positivos forman parte del fondo visual de Tamil Studio Archives & Society. A través de estas fotografías se da cuenta de la herencia cultural del vestido, de los gestos, las apariencias y los linajes de una pueblo tan diverso como el hindú. Algunos patrocinadores de este proyecto son la Fundación de Ciencias del Patrimonio (FSP), el Centro de Estudios de la India y Asia del Sur (CEIAS) y Exposure. Para saber más de este proyecto puedes visitar su sitio o sus redes sociales.

Álvaro Rodríguez es historiador

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STARS ARCHIVE
Negativo 2B

stars archive

Una maleta para el fin del mundo

Elizabeth Casasola

Muchos años atrás vi tus fotografías, había sido como si la luz cortara y rápidamente apareciera una cicatrización sobre todo mi cuerpo. La primera vez que te vi a ti, fue aun peor; me descolocaste, tu voz ahora causaba una herida en mis oídos. Tocaste cada pliegue de esas heridas… Seguimos intentado pensar que todo es normal, que la violencia, las manifestaciones, los gritos son comunes. Ya no duele nada. Incluso disfruto de las heridas que me estás causando.

Esa mañana hacía bastante frío, mi madre me había heredado hace muchos años, un abrigo de chinchilla, que extraño es pensarme envuelta en el cuerpo de muchos animales. La gente caminaba entre viajes naves industriales, buscando qué hacer, a veces solo platicar, otros como yo, buscaban ocultarse. Cada semana había un par de proyecciones en una de esas naves que aún olían a sangre del antiguo matadero y mercado de ganado que ahí había estado. Ni todo el cloro había alejado esos olores, la oscuridad de las naves era perfecta. Ahí estaba yo sentada entre las pieles viendo la proyección de un increíble paisaje del mar, la brisa del verano, la gente lo miraba tan lejano, apenas recuerdo la última vez que estuve en el mar. Apenas recuerdo la sensación de la arena. Apesta a sangre pero intento disfrutar de esta ensoñación del mar. Estoy sola en la nave ¿en qué momento Chris Marker se hizo real? 

Me gustaba esconderme en las salas de proyecciones aquellos días, ahí se guardaba todo lo que había sido el mundo. Una enorme filmoteca que lo contenía todo, solo deseaba que en mi retina se grabara la historia del arte, la historia de las imágenes. Ahí había imágenes de otras realidades. Ahí estaba la historia que podía ser contada, la mía estaba en silencio. La mía se guardaba, igual que tú te escondes detrás de la pequeña línea de tu boca. Esto se trata de amor, siempre se trata de amor. Sobre la imposibilidad de verbalizarlo por temor. La historia.

Te encontraba algunos días a la semana, siempre había gente con nosotros, sentía que me estorbaban, otras parecían espectadores de nuestras conversaciones, no interrumpían nuestras palabras, yo disfrutaba verte con apenas un poco de luz, como todo siempre ocurre entre tinieblas. A veces apenas podía dibujar la línea de tu rostro o tus manos, pero tú voz ahí estaba. Cuando la voz de alguien se siente con delicadeza, fuerza, dulzura, potencia, como un suspiro… quería abrazar ese suspiro para llenarme el alma. Pronto acababa todo y nos dispersábamos entre la noche, cogía un camino subterráneo rumbo a la casa. Es que no hay historia que contar, no había sucedido nada en particular, solo repentinamente empezó una explosión de energía tan hermosa que me hace quererte. Te quería porque mi espíritu me impulsaba hacia ti, por esa dulzura. 

Una mañana, de esas pocas donde aparecía el sol, quedamos de vernos. Pocas de esas antiguas naves industriales eran blancas como aquella, había un tragaluz en el centro y el sol era distinto ese día. Me senté en el piso bajo el rayo de luz y vi tus pinturas, vi esos paisajes que recordaban mi hogar. Recordaba las noches caminando en casa. Recordaba tanto y mis heridas se hacían cada vez más grandes pero tú no lo sabías, permanecía callada. Estaba tan en mi, hasta que la forma en la que estabas de pie, seco, tímido, más abstraído que yo me llamo la atención. Toda la luz que había ahí se fue. Eras la luciérnaga más tenue, la más silenciosa, tal vez la más ingenua. 

Empezaron los rumores de que había grandes aislamientos de personas, la comunicación se había cortado, una enfermedad empezaba a vagar por lo que sobraba de mucho, apenas semanas atrás nos habíamos librado de un nuevo estallido de guerra. Estaba yo tan lejos de mi verdadero hogar, más allá del océano. El único lugar húmedo cerca ahora entre mis piernas cada vez que él hablaba sobre las estrellas. Me estaba ahogando entre tanta humedad, en ese océano que él abría con sus palabras. 

Por unos días, mi palabra favorita era discrepar, siempre me la decía antes de darme la oportunidad de comentar algo. Me encantaba agregar cosas y decirle que era un poco tímido a las formas del arte. Esos encuentros siempre cortaban de manera tajante el ritmo de mi vida. Incluso me hacían olvidar el frío, el ambiente seco, el mundo muriendo. 

Una noche me fui sintiendo el calor de su boca en mis mejillas. Un par de besos de despedida cambiaron de forma. Sentía como si aún respirara en mi rostro, pero yo había huido. Siempre tengo ese impulso de correr. Lo que duró un segundo se convierte en mi recuerdo favorito. Ponerme de puntitas para intentar alcanzar su rostro, una vez, otra vez. No podía, sentía solo deseo. Nunca había experimentado tanto deseo por alguien, solo ver sus manos en el aire, como se mueves, lo sutil que era, la fuerza que tiene, quería respirar a tu ritmo, pero era insensato pedirlo. Huía para no volcarme sobre él, porque sobraba en su vida. 

Fue irresponsable de mi parte acercarme así, por lo que yo sentí entonces, pero a los pocos días, era casi ilegal tocar a alguien. Los contagios, la enfermad extraña había llegado. Cuando había llegado a este lugar, por muchos meses no sabía cómo era un saludo ni mucho menos un abrazo. Tarde un tiempo en hacer amistades y aunque tenía pocas, eran realmente hermosas, estábamos cercanas a pesar de las prohibiciones. Teníamos esa necesidad de cariño aún cuando eso nos costara la vida. Se había declarado una pandemia. 

Supe de otra sala de proyección, otro viejo lugar lúgubre, pero con una arquitectura distinta. La sala era tan grande, pero me senté lo bastante cerca y a mitad de la fila. Yo seguía abrazada a mi abrigo, pasaban el autorretrato de diciembre jlg/jlg y el libro de las imágenes. La vida se montaba cada vez como la esas múltiples explosiones de las que va Godard. Tantos ecos, tanto balbuceo. Veo las manos de JLG pasar las páginas de los libros y pienso en tus manos, tus brazos. Vuelvo a deslizarme por la noche una vez más, empiezo a disfrutar este extraño errar, voy por mi amiga para ocultarnos en otra proyección. Reímos y conseguimos un poco de alcohol. Dormimos pronto. 

Las personas parecían vivir encapsuladas ahora entre trajes que fomentaban alejarse, nos distanciaban, enormes campos de concentración de enfermos, si, otra vez. Estoy más cerca de esta pantalla lisa, de esta ansia de comunicarme con nadie. El scroll es una nueva caricia en las redes, donde puedes tocar a todo el mundo con reacciones. Ahí en ese scroll, encontré el cuerpo desollado, sin órganos, un hueco, como una vasija se tornaba el sobrante del cuerpo de quien había sido una mujer y había matado su pareja. La noticia venía de mi hogar, de tan lejos, un feminicidio más. El dolor estuvo conmigo durante varios días. 

Al par de semanas muchas mujeres en el mundo salieron a protestar con gritos, pintas, quemas. Las hogueras ardían hace tiempo en el corazón y las restricciones de estar cerca de alguien más no fueron escuchadas. Salimos con vehemencia en lo que sobraba de mundo, con lo que nos sobraba de fuerza. Para la noche siguiente muchos gobiernos parecían iniciar un toque de queda, se empezaron a paralizar incluso los trabajos, mi escondite en las proyecciones y todo aquello se paró.

Ese fue el último día que nos encontramos, pero ya no podía mirarle, no podía dirigirle la palabra. No era capaz de escribir, estaba llena de furia, de algún modo todo se volvió insoportable repentinamente. Siempre soy demasiado sensible. Ni siquiera era por saber que estabas casado, ni tus hijos. Eso hace siempre lo supe. Yo había dejado de hablar y el ruido de los otros ocupaba mi espacio, pero ni él ni yo lo soportábamos, que extrañeza cuando le dijo a alguien, ¿tu otra vez? A quien pedía hablar, jamás me había hecho eso a mi, ese día me pidió mi voz un par de veces pero nunca se la di, solo salía cuando a mi también me aturdía el ruido pero era para mi, no para él. 

Había descubierto tu oscuridad y tu luz, sentía que había podido llegar a lo más obsceno de ti sin siquiera tocarte. Tenía que huir. Tenía que escapar. Había un reloj de agua contando el tiempo. Las fronteras se estaban casi completamente cerradas.  

Una amiga me acompaño a hacer la maleta, y a pocas cosas les pongo nombre, pero se llamó la maleta para el fin del mundo. Estaba llena de la teoría general de la basura. Una pequeña maleta azul que cuidaría hasta llegar a la siguiente pared que estaba del otro lado del mar. Me fui como Walter Benjamin. Una noche escribiéndote un recado para decirte adiós.

Elizabeth Casasola  es artista visual y fundadora de La Editora

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Maleta
1 de agosto de 2015