Álvaro Rodríguez
He aprovechado estos días para ver con mis hijas la saga de las Guerras de las Galaxias, además con la noticia de que existe un universo paralelo del otro lado de nuestra galaxia con más razón he sentido que mis hijas me han obligado a regresar a una cierta época en la que vi imágenes cyborg que me formaron desde el cine. Los personajes como los cascos y las máscaras de los personajes de Star Wars no conjugaban para los años ochenta una cierta anticipación en su estética y en los respiradores que ahora los memes se han encargado de reactivar en el imaginario colectivo.
Hace unos años había escrito un artículo sobre máscaras apoyándome en la antropología de las máscaras de Claude Levi Straus y sus funciones sociales, ese texto me sirvió para relativizar y valorar lo que se había hecho con los cubrebocas durante la pandemia H1N1; máscaras personalizadas, nahualizadas, llenas de humor y colores.
En esta pandemia del covid-19 no he sentido que las ganas sean de ironizar masivamente con un virus lo suficientemente agresivo y letal para bromear con las mascarillas. He visto makers customizar y hacer sus propios diseños de máscaras covid-stars wars con impresoras 3D. Esa posibilidad es mínima cuando hemos presenciado una carestía mundial por hacerse de un equipo digno para la autoprotección y para enfrentar en la primera línea de contención del coronavirus. Los primeros memes eran sobre seres salidos de la película de Blade Runner o el bar de Jabba de Hutt emplasticados y cubiertos con las más siniestras e inimaginables protuberancias faciales hechas de cualquier material posible. Esto fue cambiando en la medida que el virus nos fue mostrando su lógica de contagio y transmisión. Los debates políticos enardecidos en muchos países por la falta de mascarillas, un cierto monopolio de estos enseres y su ultrafabricación express en medio de la parálisis económica y de producción textil. El anonimato que otorga no sólo el cubrebocas en todas sus modalidades de efectividad y protección:
“la N95 en un 95 % de efectividad, la máscara quirúrgica en un 95 %, la FFP1 en un 95%, el cubrebocas de carbón activado en un 10%, las máscaras de tela y esponja en un 0%”
En fin, el delirio inmunitario que se persigue con toda clase de diseños, materiales y efectos estéticos, seguido de lo que las autoridades ya han alertado acerca de sus malos e ineficientes usos.
Con todas las ventajas y desventajas, el anonimato sigue siendo interesante, según el tipo de máscara otorga una cierta identidad de consumidor, contenedor del virus o propagador, pero establece un anonimato horizontal que puede ser contradictorio para efectos de la identidad y la identificación personal. El problema es para los cuerpos de la seguridad como para los propios ciudadanos en todos los rincones del mundo. Al menos las máscaras que produjo el artista visual Zach Blas para su pieza Facial Weaponization suite mask (2011) intentaba establecer un artefacto antiidentificatorio contra los dispositivos de identificación basados en inteligencia artificial. Sus máscaras prometían un barrido de rasgos que fundaban el anonimato y sugerían un régimen de libertades faciales.
En algunos países es obligatorio el uso de máscaras cubrebocas al entrar a bancos o establecimientos, es más, los ejecutivos de los bancos y las cajeras las usan independientemente que te identifiques con una ID, el aspecto de interacción es el anonimato. La policía en ciertos países y dependiendo del plan de confinamiento usa los cubrebocas como una práctica ya instalada de abuso de autoridad para no ser identificados como perpetradores de violencia policial. Quizá el espacio que ha sido consagrado para no usar máscaras han sido las reuniones por zoom y metting. Pero en lo que concierne al estricto uso de protección y medida de no contagio es la calle. De manera que aquellas personas que se preguntaban por los embozados y embozadas, por los zapatistas y enmascarados, por los forajidos y los bandidos, han tenido que adoptar una lógica de anonimato similar para salvar vidas y salvar sus vidas.
Además de los trabajadores de transporte y obras, el personal obrero que ha estado en la primera línea del abasto de la ciudad, otros actores que han estado presentes en los puntos rojos de contagio han sido los equipos médicos y los fotoperiodistas.
Recuerdan al “vato del dron”, Sergio Arau de quienes fueron duramente criticados sus imágenes de la marcha del 8M, pues este fotógrafo ha sido uno de estos singulares agentes de la información que ha retratado los rostros anónimos que diariamente han estado luchando en el frente contra el covid-19. En una estética de ciencia ficción, Aheida Bautista una mujer especialista en gastroenterología es retratada por Arau para dar cuenta del trabajo y el reconocimiento del personal del Centro Médico S.XXI que como una Mandalorian enfrenta con una fuerza paralela al lado oscuro del virus.
Álvaro Rodríguez es historiador