Systems and Constellations

Álvaro Rodríguez

El trabajo artístico y fotográfico de Milagros de la Torre es de una actualidad latente, basta con revisar su última exposición virtual: Systems and Constelatellations (2020) en Artpace en San Antonio Texas para reparar en el refinamiento de sus medios expositivos, el cuidado de sus piezas y la abstracción de las correspondencias estéticas.

Personalmente el trabajo que más aprecio de Milagros de la Torre son sus platas sobre gelatina en papel, “evidencias” de crímenes y hechos diversos en el Perú que provienen del Archivo del Palacio de Justicia en Lima que pertenecen a su serie Los pasos perdidos, (The Lost Steps, 1996). De estas imágenes se recuperan cartas póstumas, objetos incautados como la bandera de Sendero luminioso, la camisa ensangrentada de un periodista víctima en una masacre, cinturones, máscaras de perpetradores, algunas balas, cuchillos, cuerdas y toda serie de objetos contundentes o testimoniales de la tragedia y la violencia del Perú contemporáneo, imágenes que se conocen por todo el mundo, y que recientemente las vimos expuestas en el Centro de la Imagen en la Ciudad de México.

En Systems and Constellations, Milagros de la Torre lleva más allá el trabajo fotográfico bidimensional para situarlo en dispositivos intermediales que permiten apreciar la potencia de las imágenes de identidad en sistemas muy antiguos como los quirománticos y adivinatorios que devienen de la astrología, de las fisiognomonías que van del lejano Oriente al Oriente medio y se desplegaron por toda la vieja Europa. Los sistemas de proporcionalidad y métricos dialogan en el espacio virtual expandiendo una continuidad de lecturas visuales y de regímenes escópicos del retrato.

La secuencia de Intervals explica mejor lo anterior, siendo los registros de Alphonse Bertillon los ejes vertebrales de la argumentación antropométrica, pero también, la gran utopía del control biométrico. Systems and constelations puede visitarse virtualmente con el asombro de las posibilidades de la realidad aumentada, los dispositivos constelares y una máscara que elude la identificación por algoritmos.

Esta exposición se interroga bajo el ángulo crítico como alguna vez lo hizo la Calavera de Mengele, pieza de Thomas Keenan y Eyal Weizman en Imágenes a cargo: la construcción de la prueba por la imagen en Le Bal de París (2015), Facial Weaponization suit mask de Zach Blas en Teoría del Color en el MUAC (2014-2015) o La propagación del mal en el Centro Cultural España curada por Marialy Soto (2018).

Álvaro Rodríguez es historiador

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Ejercicios de ritmo

Bernard Réquichot, 1957.

Nature Apparition

Víctor Vimos

Que la relación entre las formas se pause: adelantada por su voracidad sobre los bordes, pegada a la repetición del desapego.

¿No es acaso la unidad? ¿Hundir en la materia los ojos para afirmar los ojos? Abierta la zanja sobre el hilo, queda chorreado el esmalte del hueso en la viñeta que sorda irradiación mantiene.

Se componen de este modo los polos en contra de la armonía que aullando su resto perdura en los costados. Fuga no es. Pero hay un motor en desplazamiento, atravesando la intención dactilar que florece –quiero decir– que se hunde en lo abierto por la música: el color. Para ver un instante, la línea exhala hasta la mano que por un azar inquebrantable se desliza entre la frontera que ronca echada sobre las dimensiones de la nada.

Destellos. Destellos.

Un arco cobra dimensión antes que la conciencia de su curva lo consuma. Invisible de sí, rige la abertura de toda vibración en el espacio. Hace de la edad de estos materiales -por ejemplo- una variación única. De este modo su naturaleza revelada es otro acceso a la contención: aquí, el ruido muerde debajo de estas piezas.

Un enjambre de dátiles que se escapa de la perspectiva, pero va soltando – suelta-, una estampida de algodón para que el paisaje sea sometido a su equivalencia auditiva. Solo en ese marco los retazos perfilan el nácar de lo espontáneo y circulan alrededor del centro. Abierto el caracol permanece en estado de vigilia. Gobierna el ritmo sobre el resto de la escuadra abierta a lo imprevisto.

Se filtra sobre esto la uña del deseo.

Es tan visible que los poros del imán que mantiene en rotación a esta pieza sacan ramificaciones imposibles a su titilar redondo de luminosidad oscura. Ahí están para salvar la violencia hundida en la evocación del fragmento.

El arrojo despliega una serie de condiciones y hace que la forma reniegue su posición frente a lo cercano. Como un resorte sonoro, tiene modalidad de anexión a lo distanciado en sustancia. Se pierde dimensión si se trata de engancharla con palabras. Deja fluir, en cambio, retina-retina en un espejeo por bello sosegado tras el agua de la memoria.

Lavar la filtración del sueño que ha convocado sus propias ruinas porque en ellas, polvo de su aureola, lame una dulzura primitiva el asombro que, en adelante, determinará la alteración de toda calma.

Reposa bajo esa condición un tumulto enredado en la duda. Y desde él, todo vuelo constituye ramificación hacia una idea que se agota en la enunciación. Circuito abierto tras el rastro de las huellas: desvanecer de la intención permanente. Huecos quedan los bordes de su referencia.

Es posible un territorio que se alza, sin tregua, al otro lado del equilibrio.


Víctor Vimos     

Antropólogo ecuatoriano. Ha ejercido la docencia en la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima-Perú), institución en la que también obtuvo su diploma de Magister en Antropología. Actualmente cursa estudios de posgrado en el Departamento de Romance and Arabic Language and Literatures, de Universty of Cincinnati, en Estados Unidos.

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Mundo Fungi

Álvaro Rodríguez

Dixit platicó en estos días pandémicos con Robert John Kelly a propósito del universo Fungi y sus posibilidades locales y planetarias. El universo de los hongos es tan amplio y diverso como el animal y el vegetal. El libro de Anna Lowenhaupt Tsing: The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins, Princeton, 2015 nos inspiró para platicar sobre las propias investigaciones de Kelly, sus libros y sus intereses entorno al universo fungi en México.

Robert John Kelly inició sus estudios en la carrera de Pedagogía Infantil e Historia en la Universidad de South Florida los cuales abandonó en el 2012 para cultivar hongos y dedicarse al estudio de Micología y Botánica. Fue co-fundador y técnico de laboratorio en Gulf Coast Mushrooms, una empresa que cultiva hongos medicinales y gourmet donde trabajó del 2014 al 2017. Ha dado pláticas, caminatas y talleres sobre hongos y plantas en la Universidad de New College of Florida, Acupunture and Herbal Medicines of St. Petersburg, The Children’s Garden, Tinker Farms y La Botica verde entre otros lugares de Florida, Estados Unidos y en Morelos, México principalmente.

Es autor de Una introducción a la identificación y aplicación de hongos comunes en el sur de Florida, 2017. En 2018 Impartió pláticas semanales en Tepoztlán sobre diferentes temas de hongos como: Etnomicología, cultivo e identificación de hongos. Actualmente escribe un libro sobre los hongos Cordyceps de Morelos. Vive en San Juan Tlacotenco (Tepoztlán), Morelos donde tiene un laboratorio para experimentar con propagación de hongos silvestres y comerciales.

Sigue la emisión de Dixit Radio donde abordamos la economía de estos seres, sus funciones y su estudio.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Magic Mixtape

Álvaro Rodríguez

La nostalgia del lado A y del lado B del cassette sólo es comparable con este proyecto sonoro inefable, elegante, cálido y original por su short play. Dr. Ginsen es Catchascatchcan, Jean Sebastian Ruyer nos invitó a la cocina de su reproductor magnetofónico:

“Magic Mixtape busca establecer un diálogo musical entre dos coleccionistas de material sonoro orgánico, discos de acetatos o bandas magnéticas”

en cada forward mensual.

CASSETTE / JUNIO

En medio del confinamiento, Magic Mixtape establece una fiesta en los confines de los archivos sonoros y con ciertas reglas de nostalgia, para sentarse a escuchar que sería una práctica para abuelitos como yo, pero en un desafío a la obsolescencia programada, treinta minutos son suficientes para activar y devorar cada uno de los dos lados del casette. Dr. Ginsen junto a Lucky Benzen atraviesan sus archivos sonoros y sus consolas en C60 para hipnotizar a los oídos más exigentes.

Benzen implosiona el lado A en decibeles regulados y ecualizaciones exquisitas con una selección de discos de soul, hip hop y afro-beat engarzando el MixTape desde Estrasburgo, Francia. Dr. Ginsen desde su barrio en el centro histórico de la Ciudad de México escupe bocanadas de soul, hip hop y discos electrónicos para fundir el lado B del cassette del mes de junio.

Platicamos con Dr. Ginsen que nos adelantó los contenidos del Vol. 2 de Magic Mixtape de mes de Julio, que será una palatable selección a ojos y oídos de voyeristas y melómanos. El lado A , lo invade Laguna Verde, Rafita:

“Un proyecto de cumbia experimental anti-nuclear, que combina elementos de la música electroacústica, el ruidismo, la música popular, el basurismo sonoro y la radio. Pasando también por el karaoke, el ACTO EN VIVO y el dj set”.

El lado B es experimentado por MASAKI, Quentin Colón un fanático del formato vinilo:

“desde Saint-Etienne a Kinshasa, pasando por la ciudad de México y la ciudad de Marsella, se rodea de piezas raras de los cuatro rincones del mundo. Los sonidos son variados, esta mezcla es una oda a sus influencias afro”.

CASSETTE / JULIO

Pueden seguir la emisión de Dixit Radio para disfrutar la interview de cómo sonará el Vol. 2 de Magic Mixtape. La psicodélica contemplación sonora que les hará reactivar sus sentidos en una nostálgica interfaz descargable.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Entrevista a Dr. Ginsen / MAGIC MIXTAPE en Dixit Radio.

No Hay Nadie en Casa

Madeline Ray

Mucho se ha escrito durante esta pandemia sobre el liderazgo tranquilo y tranquilizador del Dr. Hugo López-Gatell, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud. Sale a la tele (o al Youtube) todos los días a las 19:00, nos mira fijamente, y nos dice qué hacer y qué esperar en el futuro cercano. La situación presenta retos, pero la estamos enfrentando; eso sentimos.

Aquí en Estados Unidos, siento envidia. En nuestro gobierno, las luces están apagadas y no puedes tocar, ni preguntarle a nadie.

No sólo es la comunicación en salud, sino también la administración. En el gabacho, la casi totalidad de los cuidados médicos son atendidos en el sector privado. El sector público de salud consiste en dos programas pequeños, uno para veteranos (Veteran’s Administration), y uno para la población indígena afiliada con alguna tribu (Indian Health Services); juntas las dos agencias atienden apenas a unos 10 millones de personas, 3% de la población. Los demás gringos son atendidos en instituciones privadas, con o sin fines de lucro, financiadas con seguro de salud que puede ser público o privado. La calidad y seguridad de los centros de salud son responsabilidad de cada estado.

En este sistema, no existe un jefe (a), ni director (a) que pueda tomar decisiones para el país. Somos 300 millones de imbéciles regados por 50 estados independientes tomando las decisiones que se nos da la gana.

Tenemos al Doctor Fauci del Instituto Nacional de Salud (National Institute of Health), un viejito con su humor cortante que da sus comentarios y contradice las tonterías del actual presidente. Y tenemos el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, Centers for Disease Control and Prevention), protagonista de cada película de zombies de Hollywood, cada vez que se estrena su nueva proyección o recomendación. Pero raras veces se comunican con el público en general, tampoco tienen el poder para regir la atención de salud. El NIH y el CDC son principalmente agencias de investigación, no de administración. Tienen el derecho de opinar, y todos los hospitales y centros de salud en todos los estados, tienen el derecho de hacerles caso o no.

Es anarquía pero no en el sentido utópico de que tenemos autonomía local o juntas directivas para regir nuestra pequeña comunidad, es más bien la falta de liderazgo y la falta de apoyo para entender y responder a una amenaza existencial más grande que nosotros.

Siempre nos encantó el mito del Wild West, ya lo podemos vivir. ¿Cierro mi tiendita para no contagiar a más personas? ¿Me pongo mascarilla? O ¿estos son gestos que sólo sirven para darme la sensación de poder? Si tengo que ir al hospital ¿ellos sabrán qué hacer para atenderme, o estarán improvisando?

No digo que el IMSS y los demás sistemas de salud son monedita de oro. Son instituciones saturadas, muchas veces les hace falta la capacidad para dar buena atención a sus derechohabientes, hay personal mal entrenado, hay desabasto y corrupción. México merece algo mejor. Pero digo que en México se siente que alguien está al pendiente. Las luces, tal vez no de la presidencia, pero de la Secretaría de Salud, están prendidas. Existe una jerarquía en la cual la Secretaria de Salud dice qué hacer, y las instituciones de salud pública se ven obligadas a cumplir. ¡Imagínate qué sería del sector público si tuvieran los recursos para hacer bien su trabajo!

Si vamos a ser gobernados, lo ideal sería que haya un sistema en el cual, las personas especializadas tomen las decisiones para el bienestar de la población, y que los funcionarios desempeñen su labor sin distracciones, ni interrupciones.

Siento una soledad y una tristeza. Imagino si en mi país tuviéramos un gobierno que buscara lo mejor para nosotros, que comunicara con nosotros, y que hubiera un sistema de salud que pudiera tomar acciones de manera unida y coordinada. Estamos viviendo la anarquía neoliberal. No tenemos el poder de regirnos a nosotros mismos, tampoco tenemos quien nos cuide o piense con nosotros. Debemos despertar de ésta ruinosa orfandad. No hay nadie en casa.

Madeline Ray es antropóloga de la salud y trabajadora social. Estudia sistemas de salud y cultura en Estados Unidos y México. Pasa la cuarentena en Chicago, Illinois.

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Renacer en la lucha

Heriberto Paredes

A finales de mayo, Marina y yo pasamos unos días muy tranquilos. Las revueltas comienzan en escenarios similares, como un tsunami que fractura la tranquilidad de los días soleados. El suave temblor que agita la copa y termina por derrumbar el edificio. Mucho mejor así: lo que parecía ser un verano lleno de nueva normalidad se convirtió en miles de ejemplos de los problemas que no pueden ocultarse ya.

El peor mal que tiene Estados Unidos –y créanme que la lista es muy larga– es sustentar toda su existencia en la racialización de las personas, en la opresión de la supremacía blanca sobre la población afroamericana, la diversidad de pueblos indígenas (nativos y migrantes) y todas las culturas que se han asentado en estas tierras. Racializar al capitalismo se ha convertido en el epitafio de una nación que debe morir tal y como la conocemos ahora.

Que sigan cayendo las estatuas de todos los esclavistas y conquistadores. Que sigan apagadas las luces de la Casa Blanca (¡Qué horrendo nombre!)

Desde que llegamos a vivir a esta zona limítrofe entre Harlem y Morningside Heights las reglas del juego estaban muy claras: las personas blancas viven mayoritariamente en un lado y la población negra y ‘latina’ del otro. No sólo se trata de que un parque nos divida, ni siquiera de que la policía se comporta distinto en cada barrio, lo peor es que todo parecía normal, asumido.

Durante 3 meses de confinamiento, la pandemia sólo consiguió agudizar las diferencias históricas que afectan las formas y las consecuencias de COVID-19 entre las distintas comunidades. Pero, siguiendo al gobernador de Nueva York, los hechos hablan primero y hablan claro: 2/3 partes de las personas contagiadas y fallecidas o son afro americanas o son latinoamericanas.

Y aún así pasábamos días tranquilos, con paseos en bicicleta mientras redescubríamos la ciudad y nuestro lugar en ella. Hasta que un día antes del cumpleaños de Marina, el 25 de mayo, dos hechos ocurrieron simultáneamente: Christian Cooper, un observador de aves, negro, fue agredido verbalmente en Central Park, la mujer que lo amenazó lo hizo –sabiendo que podía hacerlo impunemente– vociferando mentiras a un operador del 911. «Un hombre afroamericano está poniendo en peligro mi vida, manden a los policías de inmediato».

Al mismo tiempo, en Minneapolis, capital de Minnesota, George Floyd, un hombre negro era agredido por policías. En pocos minutos lo sometieron y uno de los oficiales lo asfixió con su rodilla mientras él –casi sin voz– sentenciaba: «No puedo respirar».

En menos de 24 horas, la mujer que mentía deliberadamente al servicio público para acusar a un hombre que le pidió que pusiera la correa a su perro en una zona obligatoria, era denunciada en redes, despedida de su trabajo y denostada en su vecindario. En ese mismo lapso, las primeras protestas cobraban forma y ponían un punto y aparte en la narrativa de pandemia que los medios y el Estado sostenían.

Así llegó esta nueva ola de lucha en contra, no sólo contra la brutalidad policiaca, pero por encima de todo, de la racialización de la sociedad.

Lo que se lee en las calles

Las fotografías que comparto en esta entrega son tan sólo una muestra de lo que se ha visto en las manifestaciones desatadas tras los hechos mencionados. Hablan de miles de personas en la calle, superando el temor de la pandemia, porque la rabia es infinitamente más fuerte que el miedo; hablan también de una solidaridad muy específica, la que hay entre personas afrodescendientes en casi cualquier parte del mundo.

Tras siglos de opresión, discriminación, violencia y muerte, uno de los vínculos más fuertes entre las personas afrodescendientes es el sentimiento de identificación, de saber que comparten una historia de sospecha y de acusación a pesar de las diferencias económicas. «Este sentido de solidaridad a través del sufrimiento se nos impone por la opresión que sufrimos en una sociedad supremacista blanca» afirma el historiador, Jemar Tisby en la revista The Atlantic.

Es cierto que no se puede generalizar este vínculo, pero también es cierto que existe y que es fuente de muchas redes y conexiones que terminan en organización.

«Respeten nuestra existencia o esperen nuestra resistencia» está escrito en un cartel que lleva una señora en Union Square, uno de los centros de concentración de las protestas. «Si ellos empiezan a disparar ponte detrás de mi» sostiene una chica blanca que sabe que la policía no dispara tan fácilmente a los cuerpos blancos. Esta ha sido otra de las herramientas de protección y generación de lazos entre personas blancas y afrodescendientes: el cuidado de los cuerpos racializados con los cuerpos que no son tan fáciles de atacar.

El renacimiento

Hacia la segunda década del siglo XX una amplia migración de personas afroamericanas comenzó a migrar, desde el sur segregacionista hacia varios de los principales centros urbanos con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida, tal vez espacios distintos para poder respirar con menor dificultad. Nueva York, Chicago, Detroit, Cincinnati, Pittsburg y Filadelfia se convirtieron en la casa de 6 millones de personas desplazadas en su propio país.

Harlem fue uno de los barrios receptores al norte de Manhattan, lo que estaba pensado como un barrio de clase alta para personas blancas se convirtió en la mayor concentración de personas negras en el mundo de aquella época. Más de 175 mil migrantes afro americanos ocuparon casas vacías, construyeron otras, se instalaron y comenzaron a escribir un nuevo capítulo en la historia.

«Compartían experiencias comunes de esclavitud, emancipación y presión racial, así como la determinación de forjar una nueva identidad como personas libres» explica un folleto del Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana, ubicado en Washington D.C. Y sobre este piso común, un amplio movimiento cultural nació en las calles de Harlem.

Más allá de acabar con la racialización de la sociedad estadounidense, el Renacimiento de Harlem demostró que las personas afrodescendientes habían encontrado una voz propia y dejaron testimonio de la vida que les había tocado vivir y de la que eran parte en aquella atribulada década de 1920.

Desde la literatura, la pintura, la escultura y la música, los ejemplos suman esfuerzos, suman visiones, propuestas, lecturas de la realidad, necesidades. Se vislumbra –con esta perspectiva que da la historia– lo que vendía en el agitado siglo XX si del movimiento afroamericano se trata: la vecindad con nuevas olas migratorias desde Puerto Rico y República Dominicana, la convivencia con los afrodescendientes latinoamericanos, el movimiento de las Panteras Negras y los Young Lords, la epidemia de VIH y la muerte diseminada a través del crack.

La elegancia del Renacimiento permaneció pese a todo ello. Dejó un barrio firme en sus identidades, consciente de su riqueza cultural y listo para enfrentar, lo que esperan, sea la última batalla en contra de la supremacía blanca. «Es momento de poner también, al centro, la cultura negra, porque además de poner los muertos también tenemos otras cosas qué decir» platicaba una chica en una concentración por el cumpleaños de Breonna Taylor, asesinada el 13 de marzo cuando tres policías entraron a su domicilio y le dispararon 8 veces.

Las ciudades que sirvieron de refugio hace 100 años son ahora los lugares que estallan en revueltas, manifestaciones, protestas, denuncias, violencia y racismo.

Continuará…

Todo está por hacer aún, se trata de una labor elaborativa de toda la vida. Si comparáramos este nuevo ciclo de protestas con la duración de un día, serán tan sólo los primeros minutos los que han transcurrido, minutos en los que también en otros centros urbanos las protestas ocurren y desnudan el racismo sobre el cual están construidos: París, Londres, Río de Janeiro, Berlín. Las estrellas del arte y la cultura mundial reposan sobre la racialización de los cuerpos.

Que sirvan estas palabras y estas imágenes para comenzar la documentación de la nueva normalidad, en donde la rabia puede más que el miedo y el confinamiento.

Heriberto Paredes es periodista y fotógrafo independiente

@BSaurio / @el_beto_paredes / bsaurio

Newbridge

Álvaro Rodríguez

Cuando el Whitney Museum of American Art está cerrado, las imágenes de Nan Goding aparecen repentinamente, vidas de protesta y sociedades afectivas, el amor irrumpiendo en una feroz era de violencia racial, pero en la intervención de sus imágenes, Golding resulta ambigua porque su mayor potencia reside en el vehículo mismo que impone en sus cuerpas y cuerpos, su mirada irremediablemente colmada de una nostalgia luminosa, agrietada por las sombras y claroscuros, secreciones pigmentadas y fluidos recientes que superponen olores y sensaciones en la imagen, tragedias y encuentros quebrados, nostalgias y despedidas en el infortunio.

La pornografía emocional como la han tildado en otros lados, es, en todo caso, una superficialidad de entornos de afectación y de estados animistas en sus snapshots. Cuando el Whitney Museum reposa en una muerte aparente por el contagio de la enfermedad viral y social, la obra de Golding subyace naturalmente en la calle como un síntoma de la violencia especular en sus 24 works.

En tal desconfinamiento Siobhan in the Shower aparece desnuda y obliterada por el tiempo y por la mirada del recato público que prohíbe la intimidad radical. Un poster arrancado al tiempo anuncia el Newbridge, mostrando las trazas de un objeto que destruye y al mismo tiempo invierte una emoción confrontrada, un gesto moralizador sobre la imagen de Golding, una cuerpa rasgada y fragmentada, un intento de borramiento y de censura sobre la trágica belleza que experimenta Goldin golpeando con toda su fuerza estética, el recuerdo, la memorabilia de la copulación y el exceso y la distorsión del estupefaciente visual y el punk. Tal y como un afiche de desaparición, Siobhan in the shower (1991) reaparece como un espectro en pleno haz de luz, en una caja de alta tensión detrás del cárcamo de dolores y en un espacio completamente deshabitado por la pandemia, lleno de plantas y de un estruendo del agua; la imagen resignificada de Siobhan resitúa la presencia de Golding que a penas el año pasado en las salas del Centro de la Imagen nos deslumbró con The ballad sexual dependency, un diario visual intimista instalado en un carrusel de diapositivas un tanto vivas, un tanto muertas, encarnadas por el amor y la fatalidad en un slide show musicalizado con piezas como All Tomorrow’s Parties de Velvet Underground.

Siobhan in the shower posa en las cajas eléctricas bajo las escotillas de una compuerta hidráulica del cárcamo donde la pieza de Ariel Guzik interroga con unos silbatos de un órgano cageano las corrientes que traen sonidos líquidos del río, bajo los murales de Diego Rivera para traer la mirada perenne de Nan Golding en la intemperie.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Newbridge, Siobhan in the shower. Nan Golding (1991). Foto: Álvaro Rodríguez.

Sayas y mantos

Álvaro Rodríguez

En la construcción de un estereotipo femenino, en la mujer tapada limeña existe una literatura extensa sobre el tema, ahora que las pandemias han insistido en pensar las mascarillas como un eterno cotidiano del rostro, las identidades anónimas no le pertenecen tanto a las pestes como sí a las figuraciones de recogimiento o velo que explotan ahora más que nunca.

La imágenes entonces de las nodrizas de Los hermanos Courret que fundaron el estudio fotográfico: Fotografía Central en pleno centro de la ciudad de Lima en el Jirón de la Unión. Formaron parte de una distinguida élite limeña, además de haber retratado un sin número de personajes distinguidos de esta esfera, destaca una serie de fotografías sobre “amas de leche”, nodrizas afrodescendientes que se encargaban de cuidar y amamantar a los bebés de la élite. Otra faceta de la mirada de los hermanos Courret tiene una transferencia de la vida colonial y casi victoriana del Perú. La mujer tapada, fue un género de fotografía que mostraba a la mujer que velaba su rostro parcialmente acusando un gesto de dignidad y por otro lado de seducción.

El anonimato en la época colonial como lo revelan algunos estudios históricos y literarios funcionaba como un mecanismo de recato y gracia, al tiempo que accionaba un juego de miradas con el ocultamiento del cuerpo, una práctica muy extendida en algunas regiones de España y del medio Oriente como lo veremos con las fotografías de un fotógrafo francés nacido a finales del siglo XIX, que había trabajado en la enfermería para la atención de los enfermos mentales en la Prefectura de policía de París y que más tarde fuese el mentor de Jaques Lacan.

Gaëtan Gatian de Clérambault (1872 – 1934) psiquiatra, etnólogo y fotógrafo intersecular atravesó el África septentrional, el Magreb y Marruecos, su obra es de una soltura que lo llevó a dar clases en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes. Su estética de mujeres cubiertas figura entre los mitos de la fotografía colonial. Su serie sobre hombres y mujeres cubiertas nos permite apreciar el arte performático del cuerpo retratando sus diversos ángulos en una siniestra danza poética que termina silenciándose con los mantos y los ritmos de confección. Dijéramos un metraje de la patética cinética y de la sintaxis visual corporal. El rostro queda tapado por momentos y se revela en tomas excéntricas materializando un modus de registro que explota los ambientes de luz, neblinas y sombras, celosías piadosas y muros sosegados que serán testigos de esos cuerpos completamente cubiertos.

Más allá de LasTesis, de las Pussy Riot o de las zapatistas, las máscaras pandémicas que parecieron ser un enorme silenciamiento de los rostros de las y los ciudadanos en todo el planeta, hoy gritan en Minneapolis y surgen como máscaras y pañuelos llenos de cólera, un rostro multitudinario que exige un alto al racismo y a la violencia policial, una venganza contra la sistemática violación a los derechos humanos y una terrible erosión de justicia quedada en entredicho por un fascismo policial en el mundo.

En los rostros de la comunidad norteamericana actual, las mascarillas y pañuelos alertan una insurrección contra el orden racial y patriarcal confrontando aquellos silenciamientos y recatos con los que se suelen tapar el rostro los supremacistas blancos.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Objetos cotidianos, fotografía y pandemia

Mauricio García Arévalo

Nuestra cultura material, deriva de un sinfín de procesos de producción en todo el planeta. Nos llega a través de objetos y artefactos que principalmente adquirimos y con el tiempo algunos se quedan para siempre con nosotros y otros se van por la vía del desecho.

Si decidimos que determinados objetos formen parte de nuestro entorno, estos suelen cumplir un específico lapso de funciones dependiendo en dónde se coloquen, ya sea en los diferentes espacios de nuestras casas, lugares de trabajo, etcétera. Sin embargo, estos objetos con el tiempo, ya sea de manera directa o indirecta, son los encargados de identificar esos lugares, es decir, al espacio que ocupa una cocina se le reconoce por el espacio que se diseñó para dicho fin y los objetos que ahí se encuentran reafirmarán mayoritariamente esa función.

Regularmente, dichos objetos si no son de uso constante, no acaparan nuestro interés de manera completa. Se suele mirarlos de reojo y casi automáticamente y de manera casi inconsciente los identificamos y sabemos que aún siguen en su lugar.

Durante el año 2013, realicé un ensayo fotográfico que derivó en un fotolibro intitulado “Objetos que trascienden” que tuvo el objetivo de reflejar lo anterior mencionado. En este ensayo, se incluyeron breves testimonios de sus propietarios los cuales, dieron pistas de cómo se adquirieron esos objetos, qué funciones cumplieron y por qué aún los conservan pese a que ya no estaban en un lugar cotidiano de actividades. Lo anterior, puede denominarse como una biografía de objetos bajo algunos parámetros de Igor Kopytoff:

¿De dónde proviene y quién hizo la cosa? ¿Cuál ha sido su carrera hasta ahora y cuál es, de acuerdo con la gente, su trayectoria ideal? ¿Cuáles son las “edades” o periodos reconocidos en la “vida” de la cosa, y cuales son los indicadores culturales de éstos? ¿Cómo ha cambiado el uso de la cosa debido a su edad, y qué sucederá cuando llegue al final de su vida útil?

Igor Kopytoff, “La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso”, en Arjun Appadurai (ed.), La vida social de las cosas. Perspectiva cultural de las mercancías, Grijalbo/Conaculta, México, 1991, p.92.

Por otro lado, en estos tiempos de pandemia derivados del COVID-19, el confinamiento en nuestros hogares nos ha dado la oportunidad de realizar una serie de actividades que teníamos pendientes o por lo contrario, realizar otras nuevas. Así mismo, seguramente también ha cambiado la mirada hacia nuestros espacios y objetos. Se vuelve a observar lo que cotidianamente no se tomaban en cuenta y que ahora son parte de la rutina actual de aislamiento.

Si optamos por resignificar nuestros objetos cotidianos a través de la observación y registrarlos fotográficamente a través de nuestra mirada particular, se puede cuestionar:

¿cómo llegó o llegaron a ese lugar determinado? ¿realmente, qué función cumple?, ¿cómo se produjo?, ¿tiene una marca de fabricación?, ¿qué significaciones se tendrán actualmente por la adquisición vía internet?, ¿cómo será su final?

Así, puede generarse una nueva forma de documentar la cotidianidad de los objetos basada en información que nos ayude a elaborar una biografía, una línea de “vida”. Con ello no solamente reflexionaremos sobre su elaboración y uso, sino que también servirá para darnos cuenta o reafirmar nuestras formas de consumo y ser más conscientes de lo que estamos adquiriendo y desechando.

Mauricio García Arévalo. Doctorado en arqueología por la ENAH. Especializado en estudios sobre cultura material moderna y fotográfica.

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Bakteria

Álvaro Rodríguez

Salir a la calle en estos momentos es un performance citámbulo e insólito,

“la vida misma en su poética diaria es un performance, hay que conmoverse”.

decía Bernardo Montet, bailarín y coreógrafo.

Calles siniestras, semi vacías, entre av. Balderas e Independencia se pueden ver hordas de gente viviendo en la ruina, es una población desatendida y que vive en el corazón de la pandemia como una impronta de vaciamiento, pero también como un confinamiento sobre otro confuso confinamiento.

Las calles del centro se encuentran completamente a cortina cerrada y por cada 5 metros policías con máscaras muy atentos en sus turnos blanden sus ojos bajo sus micas. La calle mientras tanto tienen a sus personajes hijos de una literatura propia de estas calles, algunos seres en harapos que de llevar algunas semanas bebiendo se les nota el semblante desorbitado, un poco locos corriendo sin rumbo fijo, riendo y cantando las inolvidables por una alameda intoxicada de carteles “Estas entrando en una ZONA DE CONTAGIO”.

Extraños sonidos se apoderan del espacio callejero, sirenas de ambulancias, grabaciones de tamaleros embrujados, organilleros intubados a sus organillos, repartidores extraterrestres probando sus drones para llevar hamburguesas piratas a los chicos sanos de la condesa, paramédicos asesinos levantando a barrenderos nocturnos vestidos de verde fosforescente justo para que los borrachos no los atropellen, perros salvajes que atacan en la ciudadela al haber sido liberados de sus departamentos, ratas comiéndose a las ardillas en un combate caníbal a falta la basura, fantasmas que se apoderan de la noche bacteriana para diseminarse entre las puertas de los últimos trolebuses que funcionan en la ciudad.

Aquí no hay Apocalipsis, ni génesis, ni incestos, ni obscenidad, aquí se remueven y se intersectan las bakterias, se infiltran en un sorteo de cuyas esferas caerán en los huecos del azar, en los nombres de los sepulcros del panteón de San Fernando, en el mausoleo gris del benemérito, en las estructuras futuristas de los epitafios mexicas. Palimpsestos que salen de un sobreviviente del FONCA-SNCA como zombi para deglutir los últimos restos de la sociedad del siglo XXI.

“bakteria.org son, o representaciones antropomórficas de apariencia orgánica, o sistemas mecánicos cinéticos. Desde el momento de conocerlas y construir un diálogo con Internet, me intereso mucho el uso del lenguaje que se da en los medios digitales y programáticos, así es como se estructuró en la idea de la morfología lingüística, un proceso semántico en la construcción de un metalenguaje y la formación de las palabras que dan paso a las ideas, entender al lenguaje como un virus que está en constante transformación. Cada bakteria tiene de nombre alguna palabra de-construida, infectada en un sentido poético que contextualiza al personaje”.

http://www.bakteria.org/MorfogenesisEzpontanea/

Álvaro Ruiz mejor conocido como BAKTERIA irrumpe como una abeja ciclista que traza un paisaje sonoro espacial y en cada pedaleada se desamplifican las pistas de su caja musical, no es Montmartre acordionista, es un afilador estrambótico de Tenochtitlán. A una calle de donde viviera Rockdrigo González, Bakteria se eleva como un virus que se fugó de un laboratorio de alta seguridad, como el de Almoloya, por un túnel, en una máquina de dos ruedas, a una velocidad necesaria para tomar la calle bajo su control contagiando su virus gráfico y sonoro paralizando a la ciudad.

Álvaro Rodríguez es historiador
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Bakteria
Bakteria en Versalles, Col. Juárez. Ciudad de México. Foto: Álvaro Rodríguez