La estética profunda de los rostros

Álvaro Rodríguez

Existen algunos temas que pueden ser instrumentalizados como el de la salud mental. Algunas instituciones que se dedican a tratarla y desde los programas públicos atenderla suelen explotar sus consecuencias invisibles. El trabajo de Jorge Mejía sorprendió en estos días al ser inaugurado un proyecto fotográfico que viene de atrás, desde 2009 cuando Paseo en el limbo surge en una de las tantas visitas a un albergue para personas con discapacidad psicosocial. Paseo en el limbo fue recibida en el MAF y aunque han habido legendarias muestras como la Castañeda en este museo, es muy interesante que el proyecto de Jorge Mejía tenga difusión en el Centro de la Ciudad de México, sobre todo para sensibilizar a funcionarios y agentes públicos los primeros que deberían estar atentos a estas problemáticas que cada vez son más amplias.

Aunque los trabajos sobre hospitales psiquiátricos, albergues y casas de refugio o bien de encierro suelen estar binariamente tratados, por un lado quienes se agencian de la violencia y la brutalidad médica de estos espacios es para entregarlos al sensacionalismo o a la literatura, o también están quienes en una labor de visibilización logran meter la problemática en la agenda del gobierno o bien instrumentalizan de alguna manera la situación de degradación humana para llamar a las buenas conciencias a sentar compromisos de los organismos que sólo voltean cuando un tema como la salud mental se sale de los cauces del control y revientan en la emergencia social. Cualquiera de ambas posturas pecan de romanticismos que deben ser desmitificados. El trabajo de Jorge Mejía pensamos es es unos de esos impulsos que buscan visibilizar la problemática sin quitarle el drama que persigue la vida y muerte de las personas de estos centros. Sin embargo, el trabajo más sobresaliente de Mejía es estético, la fuerza de sus imágenes y en esto coincidimos con su propósito, es

“mostrar su lado humano fuera de la perspectiva médica”

sus series muestran la fuerza de las personas mismas, el poder de sus rostros, los ademanes de orfandad, pero también los gestos de lucidez y cadencia humana, que logran fijar en las imágenes de los retratados, los tonos más lúgubres, pero también lo punzante de la elocuencia frente a la condición médica y socialmente normativa.

Jorge Mejía intenta entonces rebasar no sólo los estereotipos con los que son generalmente tildadas estas poblaciones, sino logra, los que ya muchos filósofos entre ellos Foucault y Huberman han sentenciado sobre la locura, el abandono y la enfermedad, una suerte de elocuencia permanente frente a la condición obtusa de los discursos del orden.

Álvaro Rodríguez es historiador

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Foto: Jorge Mejía
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